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EL PRIVILEGIO DE ESCRIBIR EN UN PERIÓDICO

La originalidad no existe; acaso sólo consiste en afinar la voz de los otros. Ramón López Velarde.

Amparo Berumen

Esta columna periodística vio la luz en Enero de 1999, y la mejor manera de celebrarlo ha sido con usted. Frente al paso de los años, lo primero que debo decir es que esta labor escritural me ha acercado más a la lectura. Que la escritura es un placer inmediato, solitario. Es descubrir que por más maltrato que demos a las palabras, éstas no pierden nunca su significado, su paciencia. Con la escritura se establece un vínculo extraño basado en verdades, secretos, sueños.

La escritura juega mucho con lo intuitivo, con la errancia de lo impalpable, va de la mano de las emociones. Quizá por ello se diga que la palabra escrita es hija del silencio, de la reflexión, de los sueños. Y se diga por ello que el oído es el órgano de la escritura, porque al escribir escuchamos nuestra propia voz. Y también la vista, ya que a través las palabras aprendemos a mirar, a captar. Ya en estos piélagos, parece poder afirmarse que al escribir en un periódico los lectores escuchan nuestra voz, se identifican con ella.

Y cuando los lectores escuchan nuestra voz y miran y captan a través de nuestras palabras, se establece un COMPROMISO SOCIAL con la comunidad. Es aquí cuando una columna periodística adquiere otra dimensión, otro sentido, otro por qué. Es cuando los pensamientos pueden unirse a favor del bien común.

Y es aquí cuando resuena en mi mente aquello de que hay que releer lo que uno escribe por ver si se ha puesto lo que no era. Quizá los años escribiendo públicamente no sean muchos aún, y no haya sido largo este tiempo sino acaso en mi pensamiento, asumiendo la tesis de que la historia del pensamiento pueda ser un proceso deductivo.

Será bueno entonces decir que estos años me han dejado experiencias aleccionadoras de todo tipo que no cabrían aquí de querer citarlas… Y ya andando en números y aniversarios, diré que el halo de los instantes me trajo a rondar por este mundo un día 7, inscrito en la hoja del calendario como el día de santo Tomás de Aquino.

Esto viene a mención porque se afirma que las personas siete son los santo Tomás mentales de la escala numerológica, cuya mente hurgadora no cesa en su búsqueda de la verdad y el por qué de las cosas. Con apego a dichos conceptos, esta columna se ha acercado a temas diversos: las antiguas civilizaciones, el espacio infinito de los astros, las culturas prehispánicas, la defensa de la ecología y el medio ambiente, las bellas artes, la gastronomía, el erotismo.

Es decir que se ha dejado guiar esta columna por los Cuatro Elementos: en la historia de la cultura se articula la relación hombre–elementos, siendo la analogía y la correspondencia dos formas de conocimiento y experiencias fundamentales del acto de vivir.

En el caso de la Tierra aparecen frutos, flores del campo, animales; en el caso del Agua todos los moluscos y todos los peces; en el del Aire las aves sempiternas de ala fúlgida y todas las aves; en el del Fuego centelleantes chispas…

La idiosincrasia del fuego, arte de la fragua, fue concebida en la antigüedad como principio de civilización. Al ser robado a los dioses por obra de Prometeo, este fuego domesticado tenía que permanecer protegido por estar siempre presente la conciencia del riesgo… No era aquella superpotente Naturaleza elemental.

No. Desde Prometeo hasta la devastadora bomba atómica, ha persistido el relato ambivalente del formidable aceleramiento histórico bajo el signo de este elemento, por ser la fuerza suprema en el cosmos.

Y no es casual que el fuego constituya el campo de las fuerzas que más vigorosamente impulsan al hombre: el amor y el odio. Por ello es permitido considerar los cuatro elementos como medios históricos donde tiene lugar la representación de los sentimientos (pasiones, angustia, desesperanza, anhelos), de modo que por los siglos de los siglos el mundo de los demonios, los ángeles, o los espíritus elementales, se hizo y se ha hecho realidad no sólo en los cuatro elementos sino en el hombre como medium, como minor mundus…

“El gran Dios crea en sí mismo, y a su lado, al hombre. El cuerpo humano lo forma de carne y huesos. Presenta una distribución conforme a los cuatro elementos. Así, tiene en sí algo del fuego, algo del aire, algo del agua, algo de la tierra. El fondo de tierra está en la carne; el del agua en la sangre; el del aire en el espíritu; el del fuego en el calor vital. El orden de los cuatro elementos designa también la estructura cuatripartita del cuerpo humano. Pues la cabeza corresponde al cielo; en ella están los dos ojos como las luminarias del sol y la luna. El pecho está en conjunción con el aire, porque desde el aire se envía fuera el soplo de los vientos así como desde aquél el aliento de la respiración. El vientre, al juntar todo lo húmedo, como en una confluencia de las aguas, se asemeja al mar. Finalmente, los pies se han de comparar con la tierra. Como en los miembros más extremos, son secos y áridos como ésta.” (Grossetese 1912).

En este acto de las recordaciones y en mi afiliación a los escritos de la antigüedad que hablan por dondequiera de la sensibilidad humana, pido a las deidades que todos estos “El gran Dios crea en sí mismo, y a su lado, al hombre.

El cuerpo humano lo forma de carne y huesos. Presenta una distribución conforme a los cuatro elementos. Así, tiene en sí algo del fuego, algo del aire, algo del agua, algo de la tierra. El fondo de tierra está en la carne; el del agua en la sangre; el del aire en el espíritu; el del fuego en el calor vital.

El orden de los cuatro elementos designa también la estructura cuatripartita del cuerpo humano. Pues la cabeza corresponde al cielo; en ella están los dos ojos como las luminarias del sol y la luna. El pecho está en conjunción con el aire, porque desde el aire se envía fuera el soplo de los vientos así como desde aquél el aliento de la respiración.

El vientre, al juntar todo lo húmedo, como en una confluencia de las aguas, se asemeja al mar. Finalmente, los pies se han de comparar con la tierra. Como en los miembros más extremos, son secos y áridos como ésta.” (Grossetese 1912). enigmas sigan esparciendo sus hálitos en merced de esta columna periodística, a fin de seguir usted y yo cantando lo cantado. Con mi adhesión a este importante periódico.