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El Mercado y sus gozos golosos

Amparo Berumen

Hace unos días, conduciendo el auto hacía el centro de Tampico, me fue llevando el sentido de la calle rumbo al mercado. Allí donde se goza la pupila y es multicolor la vida: verde roja amarilla como los chiles verdísimos y los pimientos orondos y los pasionales tomates y el maíz solar. Como las copetudas piñas las jugosas naranjas las incitadoras manzanas las celulares uvas y los plátanos machos. Las calabacitas el brócoli la coliflor pomposa y las papas con su nutriente cáscara. También la hierbabuena con su olor curativo y todas las milagrosas hierbas verde vida…

Los mercados y sus pirámides de frutos,

rotación de las cuatro estaciones,

las reses en canal  colgando de los garfios,

las colinas de especias

y las torres de frascos y conservas,
todos los sabores y los colores,

todos los olores y todas las materias,

la marea de las voces -agua, metal, madera, barro-,

el trajín, el regateo y el trapicheo

desde el comienzo de los días.*

El barullo festivo del mercado con su alegría compuesta y colorida, está eternamente ligado al trabajo de la tierra donde todo sucede, resurrección y asombro diario del campesino. Está ligado este barullo al pan recién hecho sobre la mesa y al café caliente. También a los silencios puros, a los pensamientos, al viento, a la luz primera. Porque muy temprano, al alba matizada todavía por los últimos visos de la madrugada, llegan recién bañados los oferentes del mercado, voces y ecos vivos de mujeres y hombres, bondad indescifrable aprendida todos los días a la hora posible. A esa misma hora comentan las noticias en la orilla de los pasillos, sueñan la ciudad la hacen a su manera la reinventan trabajan por ella. Y nadie puede saber mejor que cada uno de ellos la situación por la que atraviesa y cómo hacer rendir los recursos de que dispone para mejorar en algo el día a día.

Cuántas escenas han quedado inscritas en estos concurridos lugares… En los pueblos del amplio territorio mexica había diariamente mercado ordinario y cada cinco días se instalaba el gran mercado general. Los poblados cercanos sorteaban el día para no entorpecer los intercambios. Esos parajes con galerones fueron el antecedente de las alhóndigas, las posadas, los hoteles. En cada mercado había una imagen de Chicomecoatl, diosa de los mantenimientos, de quien Sahagún escribe: “Debió ser esta mujer la primera que comenzó a hacer pan y otros manjares y guisados”. Adoraban también los mexicas a Chalchiuhtlicue diosa del agua, y a Oixtocihuatl diosa de la sal. Las tres diosas cuidaban la salud y el bienestar diario de los pobladores. Honraban a Opochtli, inventor de los remos y los lazos para trampas de caza, inventor también de las redes de pesca y del minacachalli, instrumento para capturar peces y aves. Veneraban los mexicanos a Omacatl, dios de los convites, para que resultaran las comidas del agrado de los convidados. Veneraban a los dioses del néctar de la tierra o pulque, ofreciéndoles toda clase de viandas entre las que reinaba el huautli o semilla de amaranto o alegría. Por su especial significación hacían de esta semilla figuras representativas del dios, y las repartían fragmentadas entre los concurrentes, para su consumo ritual en una ceremonia solemne semejante a la comunión cristiana.

En el mercado del Puerto de Tampico uno encuentra todo lo que requiere en la mesa y mucho más. Y en medio de los demasiados frutos, usted puede saborear junto a los amigos de un gustoso plato de comida a bajo costo. Y así se diga que “la modernidad transforma lo antiguo en viejo”, se siente aquí en el mercado la necesidad de mirarlo todo, de tocarlo todo, de olerlo todo, como si de un rito heredado se tratase. De este lienzo interminable de afectos y el vocerío de los vendedores –carnicería pescadería pollería frutería hierbería–, se desprende un mensaje de gracia frente a las desgracias, ilación de los cantos y las conversaciones… Aquí el viento circula cargado de aromas. Hay un olor a mar y no sé a cuánto más. Huele a lucha diaria diurna y urgente. A madrugada a sueños a silencios. A los pasos idos de nuestros abuelos. Y piensa uno que acaso sean los mercados, los lugares donde la memoria del pueblo no se borra del todo…

*Hablo de la ciudad (fragmento).

Octavio Paz.

amparo.gberumen@gmail.com