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El Espejismo de la Inflación

Antonio Sánchez González, médico

Durante años, la mayoría de las economías avanzadas han lamentado la desaparición de la inflación. A pesar del crecimiento, el pleno empleo en la gran mayoría de ellos y las tasas de interés en niveles históricamente bajos, los índices de precios se mantuvieron desesperantemente inmóviles. En este punto de la crisis de la pandemia, la fuerte recuperación finalmente está sacando a la inflación de su letargo. La pregunta es hasta qué punto.

Es en Estados Unidos donde la tendencia es más clara. En octubre, los precios se dispararon un 6,2% interanual. No se veía desde noviembre de 1990. En la zona euro, el repunte es actualmente menos espectacular, pero el incremento interanual del 4,1% registrado en octubre es el máximo de los últimos trece años. En México, tenemos la tasa de inflación más alta en más de una década y pasamos de 3.6% en febrero de 2021 a 6.2% en este último mes, en cifras que hacen que todos nos acordemos del aumento de los salarios mínimos dado después de los acuerdos entre gobierno e iniciativa privada hace unos meses, antes de la pandemia, y cuyos efectos se ven amenazados con disolverse.

Inicialmente, economistas, banqueros centrales y líderes políticos afirmaron que el fenómeno era transitorio. El espectacular repunte de la economía mundial registrado desde la generalización de la vacunación contra el Covid-19 ha provocado un reto a las cadenas de suministro. A medida que la oferta lucha por satisfacer la demanda, se forman cuellos de botella que empujan los precios con mucha fuerza hacia arriba. Energía, materias primas, bienes intermedios, dificultades de contratación: los desequilibrios se multiplican, pero deben resolverse gradualmente, explican. ¡Después de meses!

Desde el estallido de esta crisis del COVID19, nada ha ido según lo predicho y planeado. La pandemia iba a provocar una explosión de desempleo y una avalancha de quiebras. Ninguno de los dos tuvo lugar. Sobre la inflación, el tono tranquilizador de hace seis meses ya está fuera de lugar. Los bancos centrales ahora admiten que la transición tomará más tiempo de lo previsto. El Banco de México actuó en consecuencia, con un discurso técnico ininteligible.

Que si todavía es demasiado pronto para decir si el fenómeno es provisional o está destinado a durar. Que, si un poco de inflación no es malo, pero que se requiere vigilancia. Que si la formación de un bucle entre el crecimiento de los precios y los salarios tendría efectos económicos y políticos con consecuencias incontrolables.

En los Estados Unidos, los salarios ya están claramente en aumento, mientras que en Europa el aumento de los precios de la energía está comenzando a alimentar las demandas en la misma dirección. En la mayoría de los países de la OCDE, durante décadas, los salarios reales han estado creciendo a un ritmo más lento que la productividad, lo que ha llevado a una distorsión de la distribución del valor agregado en favor del capital. La demanda de reequilibrio cuidadoso nunca ha sido mayor. Hoy, un incremento en los salarios de los trabajadores mexicanos, acordado con fondo político y no con bases técnicas sería extremadamente peligroso.

Esto es legítimo siempre y cuando no estemos presenciando el mismo escenario que en la década de 1970, durante el primer shock petrolero, que condujo a un período de estanflación que combina un crecimiento más lento y un fuerte aumento de los precios y los salarios. Es cierto que ha permitido que toda una generación de prestatarios acceda a la propiedad más fácilmente al reducir el costo de los pagos mensuales.

Nada indica que los mismos efectos redistributivos volverían a ocurrir hoy: los precios de los bienes raíces son mucho más altos, lo que impide que muchos prestatarios ingresen al mercado. Por otro lado, la historia ha demostrado que la inflación sostenible causa tanto una erosión del poder adquisitivo, de las cuales las primeras víctimas son quienes tienen ingresos más bajos, como una pérdida de valor del dinero que carcome el ahorro y en México el número de pobres creció alarmantemente en los últimos tres años.

Medir mal vértice de esta ola es peligroso. Actuar demasiado pronto para prevenir las amenazas inflacionarias pondría en peligro el crecimiento duramente ganado gracias a políticas fiscales sin precedentes en el mundo. Permitir que los precios suban conduciría a un espejismo cuyos efectos podrían ser igual de dolorosos.