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El Alma del Vino

Amparo Berumen

Con base en datos arqueológicos y etnográficos que corroboran las antiguas leyendas egipcias, semíticas y griegas, el cultivo de la vid tuvo su origen en la Transcaucasia, indulgente región donde aún hoy pueden encontrarse vides silvestres.

En el cuarto milenio antes de nuestra Era, se cantó clamorosamente que de estos racimos podía obtenerse una bebida seductiva, misteriosa.

El inicial cultivo se fue extendiendo lentamente por el Próximo Oriente, las riberas orientales del Mediterráneo y el Asia Central, llegando en el siglo I antes de nuestro tiempo al sur de España y Francia, a Persia y al sureste de Arabia, hasta aumentar por fin en toda Francia, alcanzar las orillas del Rin e Inglaterra, y propagarse posteriormente la alegre y prodigiosa vid a otras regiones.

Ya en América, en el siglo XVI, la traerían a México los españoles, extendiéndose en el siglo XVII a Perú y en el XVIII a California y Chile. Pese a la innegable trayectoria de muchos países, Francia se glorifica en viticultura por su biósfera y cuantía. Existen aquí más de doscientas clases de vinos que por su elaboración ligan con infinitud de platillos de su laureada cocina.

Además de alcanzar amplios atributos, los vinos franceses han sido estudiados, elevados y repetidos. El escritor sibarita León Daudet catalogó al vino como “la segunda sangre de Francia”, por ser éste un elemento capital de su cultura: la delectación de sus vinos liada a la aventura de los sabores origina una simbiosis…

Privilegiadas regiones colocan a los vinos franceses en las adulaciones de lo exquisito debido a la calidad de suelo y clima, y a sus refinadas vendimias particulares de esmerado saber. Entre los grandes nombres se distingue el nombre de Lafite, antigua hacienda cuyo vino adquirió gran fama en pleno siglo XVIII.

En las cavas del castillo existe hasta nuestros días una colección única de vinos embotellados a partir de 1797. Lafite tiene mucho cuerpo y con el tiempo adquiere un bouquet excepcional sin perder su delicadeza de una peculiar distinción. “Tiene un remoto aroma final a violetas ‘–les pales violettes du Médoc’ de Charles Baudelaire–, como tantos vinos de Médoc”.

Son también célebres los vinos de Borgoña e igualmente los nacidos en las once regiones de Burdeos donde se distingue, entre sus tintos memorables, un blanco licoroso, el Chateau d’Yquem en Saulernes, cuya imitación suele ser deleznable, derivando quizá de ello en algún orden, la marcada predilección que existe por los vinos púrpura… “Hay que estar siempre ebrio –decía Baudelaire.

Nada más; ésta es toda la cuestión. Para no sentir el peso horrible del tiempo, que os quiebra la espalda y os inclina hacia el suelo, tenéis que embriagaos sin parar.

¿De qué? De vino, de poesía o de virtud, como queráis. Pero embriagaos.

Y si alguna vez, en las escaleras de un palacio, en la verde hierba de una zanja, en la soledad sombría de vuestro cuarto, os despertáis, porque ha disminuido o ha desaparecido vuestra embriaguez, preguntad al viento, a las olas, a las estrellas, a los pájaros, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que gira, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle qué hora es; y el viento, las olas, las estrellas, los pájaros, el reloj, os contestarán: ‘¡Es la hora de embriagarse!’ Para no ser los esclavos martirizados del tiempo, embriagaos; embriagaos sin cesar.

De vino, de poesía o de virtud, como queráis”. ¡Ah Baudelaire, poeta bohemien! De algunos años tengo para mí que la viña guarda siempre algo prometedor o algo parecido a la espera. Si uno camina entre racimos de uvas pendiendo al aire, una secreta sensación floreciente excita los adentros. Zarandean de una manera implícita y en otras explícita los jugosos racimos…

El vino es un ser viviente! Tintos melancólicos románticos; blancos límpidos frutales aromáticos; rosados hechos de oro y aurora. Y pensar que no he nombrado aún la obra de arte que ha merecido identificar a Francia con su mundo espiritual; vino ecuménico que acompaña en la mesa, y que adquiere su mayor virtud cuando se toma solo: ¡El champagne!

Un día el alma del vino cantaba en las botellas: “¡Hombre, para ti entono, pobre desheredado, en mi cárcel de vidrio y de lacre bermejo, un cántico de luz y de fraternidad!”.

El alma del vino (fragmento). Baudelaire.