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Edad y demencia.

Antonio Sánchez González.

Médico.

Sólo unos pocos desean envejecer, ya que la mayoría tememos volvernos seniles. Pero ahora que nuestros cuerpos duran más con mejor salud, nuestro cerebro no es la excepción y la perspectiva de vivir una vejez plena es mejor que nunca.

Es fácil pensar en alguien realmente viejo que conserva el entendimiento afilado como una navaja. Ese único hecho es la lógica científica contra la noción de que la vejez te vuelve la mente torpe y confusa. La vejez y la demencia son dos entidades separadas que, aunque a menudo se unen, son tan diferentes como la vejez y el pelo gris. ¿Por qué entonces tanta gente cree que las dos están estrechamente unidas?

La atención que tiene el mundo sobre la enfermedad de Alzheimer, como a veces llamamos genéricamente a la demencia, no es gratuita. A principios de 1900, el médico alemán Alois Alzheimer describió los síntomas de una paciente psiquiátrica de mediana edad. Después de su muerte, él examinó su cerebro y fue el primer investigador que describió los depósitos de amiloide, y con ello descubrió un mecanismo plausible para explicar sus síntomas. En ese momento, el trabajo de Alzheimer no recibió mucha atención. Psiquiatras y anatomistas cuestionaron la importancia de su descubrimiento, prefiriendo enfatizar la relación entre los daños a los vasos sanguíneos y el daño cerebral.

Durante mucho tiempo, la demencia desapareció del catálogo de diagnósticos médicos como una enfermedad reconocida y las personas cuyas mentes se confundieron en la vejez fueron declaradas «seniles” como resultado del proceso de envejecimiento «normal» y a mediados del siglo pasado se prestó poca atención a sus problemas.

La negación de la existencia de la demencia es un signo de la discriminación que enfrentan las personas de edad. No fue hasta 1975, que Robert Butler, un médico visionario experto en el fenómeno del envejecimiento, que se derribó esta visión fatalista. Butler era un pionero y quería provocar a los jóvenes y viejos para que la «enfermedad de Alzheimer» -una de las causas de demencia- fuera finalmente reconocida por doctores y científicos.

La parte positiva de esta «guerra contra el Alzheimer» es que puso el tema de la demencia de nuevo en el mapa. Sin embargo, los encargados de formular políticas públicas sanitarias en muchos países desarrollados han pronosticado escenarios de horror en los que los números de pacientes con demencia aumentan drásticamente en los próximos años. Esto es en parte cierto porque a partir de la generación de los babyboomers de la postguerra la gente puede aspirar a ser muy vieja. Después de todo, la demencia es una enfermedad que afecta principalmente a las personas viejas.

Pero esos pronósticos se basan en la hipótesis de que el riesgo estadístico de contraer demencia seguirá siendo el mismo. Esta es una suposición falsa. Está demostrado que el riesgo de padecer demencia en la vejez es significativamente menor después del año 2000 que como era antes.

Las grandes series de estudios de imagen hechos a cerebros humanos realizadas después del 2000 demostraran menor frecuencia de daños debidos a la enfermedad vascular del cerebro, dato que sería una explicación plausible para esta reducción del riesgo. La epidemia de enfermedad cardiovasculares ha mostrado declive sostenido en el mundo desarrollado desde hace mucho tiempo, con una caída consiguiente en el número de ataques cardíacos en jóvenes y disminución en el número de infartos cerebrales sufridos por ancianos. Ahora, como consecuencia, vemos los números de casos de demencia disminuyendo entre los ancianos.

Hoy existe consenso científico en que buscar signos tempranos de demencia entre la gente asintomática no tiene ningún sentido y puede considerarse poco ético. La enorme variación en la forma en que la gente envejece debe inspirarnos a asumir el reto individual y la responsabilidad pública de envejecer con éxito.