ECLECTIS
Raymundo Carrillo
Las Fiestas Patrias han sido y serán el reflejo fiel de la identidad nacional mexicana. La alegría mexicana es notablemente destacada en todo el mundo. Para quienes no tenemos la dicha de haber recorrido el mundo, ahora con el internet y la globalización de la comunicación con imágenes y sonidos, ha sido muy claro el modo en que nos ven en distintas regiones del orbe. El sombrero ancho, la falda desplegada y las trenzas femeninas, destacando siempre colores y brillos llamativos, hacen una señal indudable que hay mexicanía expresándose.
Nuestro país tiene de todos los climas, las cuatro estaciones del año se manifiestan plenas; en sus tierras todos los cultivos caben victoriosos y todos los frutos surgen. El agua viene y brota por los cuatro costados, de abajo y de arriba, salada y dulce. No hay fenómeno o, manifestación de lo: orográfico, eólico, geológico y de la bóveda celeste que no siendo de los extremos polos norte y sur, los cuales, en nuestro terruño no se manifiesten, todos tienen lugar y momento en nuestro país.
De la historia hemos sido el primer Estados Unidos del mundo. Por Veracruz entraron de todas las razas humanas libremente, llegaron y se posesionaron con la soberanía de poseer en propiedad su espacio vital o más, conservar su gastronomía, profesar su religión, ejercer sus costumbres, incluso hasta su idioma aún de que, tenían que aprender a expresarse en español y/o castellano, hasta introdujeron vocablos y palabras al “idioma mexicanizado”.
Aprendieron a convivir judíos con árabes, negros con blancos, amarillos con amarillos, religiones de unos, con religiones de otros, combinaron sus sabores alimenticios en afán de armonizar en paz su cercanía; complacieron la vestimenta del otro e incluso la portaron o la adaptaron en sana paz ¿alguien podía pedir en esos ayeres un país mejor? Donde aposentar su familia, su trabajo, su deseo de superación.
Eso fue el origen del México que hoy tenemos. Todo lo anterior ha tenido un factor de error: la humanidad misma. La competencia alevosa, ventajosa; la ambición desmedida, el poder adquirido por alguna trampa o violencia, egoísmos y envidias, deseos irrefrenables sin principios debidamente fincados, posibilidades en todo sin valores bien establecidos conjugados con la libertad infinita que en el país se ha tenido en muchas e indistintas épocas, crearon grupos humanos que abusaron en su abundancia y entonces, el miedo, temor y reacción por no perder esa abundancia los hace perder la sintonía en la que se formaron y obtuvieron lo que ahora defenderían de forma y maneras obsesivas.
Ese ha sido el error que aún no hemos detenidamente ubicado y erradicado en nuestro país. También, durante algunas épocas, la posibilidad de rescatar en medio de ese error humano, lo que legal y decente, correctamente se obtenía, buena parte de la población optó por el disimulo, hasta que la desgracia, desdicha o infortunio tocaba a su estirpe o al individuo mismo.
Esa manera de resolver, se convirtió en un hábito tomado por bueno, porque de esas o aquellas épocas, guerra, muerte y despojo eran por cambiar, el resultado; hoy tenemos, algo semejante en este estricto sentido del error humano en nuestro país, la diferencia es que hay un procedimiento que le llamamos o le conocemos como el trabajo democrático, la democracia instituida, el derecho de la mayoría; a este denominador, el legado de disimular sin embargo le persiste, no ha cambiado, se ha adaptado a las formas, pero en su fondo es el mismo.
A la época de hoy, el disimulo tiene pocas posibilidades de tener un buen resultado, por qué de ese mismo anonimato goza la fuente, el origen y cuna de la violencia, el despojo y la desgracia, ya no se llama guerra, hoy se llama delincuencia, desorganizada porque no hay autoridad competente, y, organizada donde las autoridades mal elegidas también participan o son cómplices, velados o evidentes; ahora además del mismo riesgo, los disimulados o no, en su disimulo o esconder, lo que encuentran cuando se enfrentan a la desdicha de ser víctimas es la impunidad, una justicia de “la lengua para afuera” y nunca la reparación del daño.
La gran inmensa mayoría en México no queremos, no buscamos, no merecemos ese país con tan creciente error humano, ahora enquistado descaradamente en nuestro supremo gobierno. Lo anterior lleva la respetuosa sugerencia de que, no desaprovechemos lo que pude ser la última oportunidad de un procedimiento democrático mexicano, nacional y vayan todos y todos voten en el 2024. Gracias y que el Todopoderoso le brinde más allá del doble de lo que para este último escribano Usted desea. ¡QUE VIVA MÉXICO!