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Desigualdad, armas y homicidio

– Antonio Sánchez González, médico
Un muchacho de 19 años mata a tiros a un extraño de 17, aparentemente creyendo que la víctima lo “había visto feo”. Un hombre del suburbio que usted quiera apuñala a su padrastro en una pelea familiar debida a una discusión sobre si su comportamiento descuidado en la mesa fue una falta de respeto. Un empleado de una paquetería de la ciudad que usted se le ocurra dispara a tres de sus compañeros de trabajo y luego vuelve su arma hacia sí mismo, aparentemente como una respuesta a pequeños desaires.
Estos homicidios pueden parecer inconexos, pero son solo algunos ejemplos que demuestran el vínculo sorprendente entre el homicidio y la desigualdad.
Vistas superficialmente, las disputas que desencadenaron estas muertes parecen triviales -cada una involucró desacuerdos aparentemente pequeños y una sensación de ser visto como inferior e indigno de respeto-, pero existen evidencias de investigación médica que sugieren que la desigualdad aumenta las posibilidades de disputas mortales entre hombres en busca de estatus.
La conexión es tan fuerte que, según el Banco Mundial, una medición de la desigualdad a través del método más simple predice aproximadamente la mitad de la varianza en las tasas de homicidios entre los estados americanos y entre países de todo el mundo. Cuando la desigualdad es alta y despoja a un gran número de hombres de los marcadores usuales de estatus, como un buen trabajo y la capacidad de mantener a una familia, los retos al respeto entre individuos y las faltas de respeto dentro de esa comunidad se incrementan desproporcionadamente.
Según Martin Daly, profesor de neurociencias en la Universidad McMaster en Ontario y autor de “Killing the Competition: Economic Inequality and Homicide”, la desigualdad predice las tasas de homicidio «mejor que cualquier otra variable»; al mismo tiempo, alrededor de 60 documentos académicos muestran que un resultado muy común de una mayor desigualdad es más violencia, generalmente medida por las tasas de homicidio.
Los análisis arriba citados incluyen factores como las tasas de posesión de armas de fuego, que también aumentan cuando lo hace la desigualdad (circunstancia que valdría la pena analizar en el caso mexicano) y los rasgos culturales, como poner más énfasis en el «honor”.
Según las agencias de seguridad de los Estados Unidos, poco más de la mitad de los asesinatos en los que se conocían las circunstancias precipitantes se debieron a lo que se llama «otro argumento»: no un robo, un triángulo amoroso, drogas, violencia doméstica o dinero, sino simplemente el sentimiento de que alguien había sido despreciado socialmente o infravalorado. Cuando alguien choca con otro en la pista de baile, mira demasiado a la novia de otra persona o hace un comentario insultante, no amenaza la autoestima de las personas que tienen otros tipos de estatus de la forma en que lo hace cuando siente que es su única fuente de valor.
Obviamente, los asesinos potenciales no revisan el índice Gini de su localidad (la herramienta estadística que analiza cómo se distribuye la riqueza), antes de decidir si consigue un arma. Pero cada individuo está profundamente familiarizado con su propio nivel de estatus en la sociedad y sabe si éste le permite obtener lo que necesita para vivir una vida decente. Si no puede, mientras que otros disfrutan visiblemente del lujo que parece imposible de alcanzar e injustamente ganado, quien están lejos de la cima a menudo pierde la calma.
Las faltas de respeto no solo afectan a los hombres, por supuesto, pero es verdad que abrumadoramente, los asesinatos tienden a ser cometidos por hombres: la proporción actual en los Estados Unidos es de 9 a 1.
El ascenso en las cifras de desigualdad tiene también un efecto real pero impredecible en el comportamiento de los votantes y, lamentablemente, a través de la historia la única forma en que se han resuelto escenarios sociales en los que han privado cifras de alta desigualdad ha sido a través de la catástrofe: enfermedad, hambre, guerra mundial, colapso de la sociedad o revolución comunista.