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Del fuego y otros incendios

AMPARO BERUMEN

La invención del fuego, piedra angular

de todo el edificio de la cultura…

Schlegel

Cuenta la historia que en la época de las cavernas descubrió el hombre el fuego frotando piedras (¿quién habrá intentado hoy comprobarlo y pasar la prueba de fuego?). Y en su intuición augural descubrió el hombre que ya no quería comer los alimentos crudos: del barro seco lindante al fuego descubrió el moldeo de vasijas, así fue la historia al principio…

De los cuatro elementos de la Naturaleza, el fuego es el más activo porque sin él no se habría dado el proceso evolutivo de la raza humana. En el seno de sus más antiguas creencias, todas las civilizaciones lo han concebido como deidad. Los fenicios honraron a Genos el primer hombre, y a Eón el tiempo, como amo del fuego, quien con su hermana Genea fue padre de Fhox (la llama), Pur (el fuego), y Plox (la luz). En la India se le atribuye a Agni, deidad ígnea, la protección de la familia y el humo es un estandarte. Se cree que este dios del fuego hindú ha nacido del aire y de las honduras del corazón humano. Adoptado de los escitas, los egipcios gloriaron a Ptah como divinidad del fuego, y después los griegos la tomaron de ellos para honrar a Hefesos, y los romanos a Vulcano…

La idiosincrasia del fuego –arte de la fragua– fue concebida en la antigüedad como principio de civilización, y quedó desde entonces liada a la historia de la alimentación: “La diosa del hogar era Hestia, centro de la casa, fuego venerado que dispensaba calor y cocía los alimentos. Los altares son, con frecuencia, propiamente hogares, de ahí también la importancia del fuego del templo. Tanto el fuego del hogar como el fuego del altar fundan, familiar y estatalmente, la comunidad”. Al ser robado a los dioses por obra de Prometeo, este fuego domesticado tenía que permanecer protegido por estar siempre presente la conciencia del riesgo. No era aquella superpotente naturaleza elemental. No.

Se afirma que el número 8 colocado horizontalmente se relaciona con el infinito. Y con el ‘nunca más’. Y con el fuego. Y al hablar de Literatura podría decirse que en Todos los fuegos el fuego, de Cortázar, este elemento siguió conservando una eminente significación. La cifra 888 simboliza el alejamiento y la desavenencia en medio del ígneo oleaje que es calor vital, y al mismo tiempo destrucción:

“Desde muy lejos la hormiga dicta ochocientos ochenta y ocho.

“No vengas” dice Jeanne… <no vengas nunca más, Roland>.  

Pero no siempre mana esta corriente de imágenes, metáforas, símbolos. Y hasta puede verse que en la Historia de la Cultura se articula la relación hombre–elementos, siendo la analogía y la correspondencia dos formas de conocimiento y experiencia fundamentales: en el caso de la tierra aparecen frutos del campo, flores, animales terrestres; en el del agua todos los moluscos y todos los peces; en el del aire las aves sempiternas de ala fúlgida y todas las aves; en el del fuego centelleantes chispas. De todas estas imágenes mitopoéticas emerge la dicotomía del fuego valeroso–cobarde…  

Desde Prometeo hasta la devastadora bomba atómica, ha persistido el relato ambivalente del formidable aceleramiento histórico bajo el signo de este elemento. “El fuego es la fuerza suprema en el firmamento y entre los elementos y entran, a su vez, cinco fuerzas: calor, frescor, sudor, aérea ligereza y movilidad”. Y no es casual que el fuego constituya el campo de las fuerzas que más vigorosamente impulsan al hombre: el amor y el odio. Es por ello permitido considerar a los cuatro elementos como medios históricos donde tiene lugar la representación de los sentimientos (pasiones, angustias, desesperanza, aspiraciones), de modo que por los siglos de los siglos el mundo de los demonios, ángeles o espíritus elementales se ha hecho realidad no sólo en los elementos, sino en el hombre como medium:

“El gran Dios crea en sí mismo, y a su lado, al hombre. El cuerpo humano lo forma de carne y huesos. Presenta una distribución conforme a los cuatro elementos. Así, tiene en sí algo del fuego, algo del aire, algo del agua, algo de la tierra. El fondo de tierra está en la carne; el del agua en la sangre; el del aire en el espíritu; el del fuego en el calor vital. El orden de los cuatro elementos designa también la estructura cuatripartita del cuerpo humano. Pues la cabeza corresponde al cielo; en ella están los dos ojos como las luminarias del sol y la luna. El pecho está en conjunción con el aire, porque desde el aire se envía fuera el soplo de los vientos así como desde aquél el aliento de la respiración. El vientre, al juntar todo lo húmedo, como en una confluencia de las aguas, se asemeja al mar. Finalmente, los pies se han de comparar con la tierra. Como en los miembros más extremos, son secos y áridos como ésta.” (Grossetese 1912).

En la historia son muchas las figuras del fuego. No intenté nunca obtenerlo frotando piedras. Gracias, fuego, por el calor en el frío, por cocer la comida, por la luminosidad en las noches oscuras…

amparo.gberumen@gmail.com