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De la antigua y gloriosa tradición Italiana

AMPARO BERUMEN 

Italia, por sobre todos los países europeos, y ya no decir por sobre todos los países del mundo, posee el don de preparar el café como los ángeles. Baste mencionar que a principios de siglo XX nació en Italia el café de cafés, el Espresso, y con él todo un revuelo en torno a la forma de prepararlo: el método espresso ofrece mayor calidad con el consecuente mayor placer.

Muy aceptado en su país  de origen y en las zonas europeas de lengua latina, el espresso ha sido un símbolo de esta cultura con creciente expansión a otros mercados, quizá porque su degustación coincide a menudo con la búsqueda de placer, por tanto debe poseer cualidades únicas que ofrezcan satisfacción durante la degustación, y que perduren. Este grado de contentamiento es mayor cuando sus virtudes se acrecientan hasta cumplir con todo cuanto se espera recibir y reconocer como gran clase, finura y exquisitez.

En cuanto al sistema de preparar un buen café, se han ido inventando infinidad de procedimientos con sus consabidas cafeteras, muchas de ellas soberbias. Muy entrado el siglo XX se fue adoptando en las casas la costumbre del molinillo, inmejorable forma de obtener una bebida virtuosa porque se molía la cantidad exacta de café para cada preparación. Con los adelantos e innumerables artilugios eléctricos, los molinillos ya fuera de uso han pasado a ser objetos curiosos o de colección. Es casi seguro que en toda tienda de antigüedades un molinillo de café ocupe discretamente su lugar.

Alrededor del mundo se consumen cada año más de veinticinco billones de tazas de café, y pareciera una regla que la gente elija sitios cálidos y armoniosos para degustarlo. La bella Italia es dos veces bella al ofrecer, además del pequeño gran espresso, lugares de ensoñación. Los dorados atardeceres son más bellos tras la humedad de una suave lluvia. Callejas enlosadas invitan al viandante a encantarse en la floración de las camelias y las adelfas, las azaleas y los rododendros. Estampa escénica que lleva a disfrutar este negro licor de intenso aroma y cuerpo aterciopelado.

¿Halagador del paladar, estimulador de la mente que exalta los sentidos e induce a la creatividad? Difícil es saber cuánto se ha dicho sobre el café y cuánto se ha escrito. En el respeto más absoluto de la antigua y gloriosa tradición italiana, los históricos cafés italianos, como algunos cafés europeos, son acaso el punto de llegada para percibir, para entender la relación entre arte y café, ¿o entre literatura y café?

Viene a bien recordar que Honoré de Balzac cruzaba “de punta a cabo” la ciudad de París con el propósito de conseguir un café especial, dada su naturaleza exigente y descontentadiza, sin duda justificada en estos menesteres por su gran conocimiento del grano y sus mezclas, del tueste y la calidad del agua y, aún, de los utensilios para preparar y servir.

Leamos estas líneas fragantes del célebre novelista, consideradas el mejor elogio que haya podido hacer un escritor sobre el café:

El café acaricia la boca y la garganta y pone todas las fuerzas en movimiento: las ideas se precipitan como batallones en un gran ejército de batalla, el combate empieza, los recuerdos se despliegan como un estandarte. La caballería ligera se lanza a una soberbia galopada, la artillería de la lógica avanza con sus razonamientos y sus encadenamientos impecables. Las frases ingeniosas parten como balas certeras. Los personajes toman forma y se destacan. La pluma se desliza sobre el papel, el combate, la lucha, llega a una violencia extrema y luego muere bajo un mar de tinta negro como un auténtico campo de batalla que se oscurece en unas nubes de pólvora.

amparo.gberumen@gmail.com