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CORAZONES DE PEÑA NIETO EN EL ANIVERSARIO DE LA INDEPENDENCIA

 

Por Jaime Santoyo Castro

   Los mexicanos celebramos de muchas maneras el aniversario del Grito de Independencia, pero de cualquier forma que sea,  lo hacemos con respeto a nuestros símbolos patrios y a los héroes que participaron en esa gesta contra la corona española. En Palacio Nacional, se realiza una ceremonia protocolaria solemne y respetuosa bajo el cuidado de los elementos del Ejército Mexicano, en el que se hace presente la mexicanidad, con la dignidad y seriedad que representa una batalla que puso fin a 300 años de colonización y de vergonzoso pisoteo de nuestros derechos como nación.

   El evento tiene dos etapas: la formal que se realiza en el balcón de Palacio, en el que el Presidente de la República aparece con la Bandera Nacional elogiando a los héroes que nos dieron Patria y Libertad: A Hidalgo, Morelos, Allende, Abasolo, Jiménez, etc., tocando la campana y ondeando la bandera, para luego iluminar la noche con fuegos pirtotécnicos, que son parte de la tradición con la que se expresa el regocijo nacional. Una vez terminada esta parte solemne, el Presidente, su familia y su gabinete pasan a atender a los invitados en el mismo Palacio, donde degustan diversos platillos típicos mexicanos y una que otra bebida de origen nacional.

   El evento tiene un gran significado para todos los mexicanos, que se congregan en el Zócalo cargados de un orgulloso sentimiento de pertenencia nacional, que se reproduce en todos los rincones de la nación, o en cualquier parte del mundo donde se encuentre un mexicano.

   Quiero decirles que nunca como éste último 15 de septiembre había sentido tanta rabia al ver la falta de sensibilidad, de identidad y de mexicanidad del Presidente de México, que intentó de manera muy fallida, figurar un corazoncito con sus manos para seguramente manifestarle su amor al pueblo de México. ¡Qué poca seriedad!

   Alguien debió de explicarle que no estábamos celebrando el día del amor y la amistad, ni la gente se congregó a recibir muestras de amor ni de frivolidad. Era una fiesta nacional y en tal virtud, esperábamos que se realizara con la solemnidad y seriedad del caso, pero no fue así y Peña, graciosamente, como si el pueblo lo amara y fuera a llorar por su próxima partida, intentó hacer un corazón con las manos, que ni tenía nada que ver con un corazón, ni mucho menos con el evento.

   Me queda muy claro que nunca se dió cuenta del desprecio que los mexicanos sentimos por su gestión. ¡Me alegro que este fuera su último grito!