CONFLUENCIAS
Arturo Gutiérrez Luna
Unidad de Estudios Jerezanos
ezlumax39@gmail.com
LA TÉCNICA DE LA ESCRITURA
La entrevista que sostuve con el doctor Alfonso Luna Steiner me comentaba acerca del modo de escribir de su padre. Describía que se trataba de una práctica de disciplina Francisco el Larroyo según la cual habían de evitarse las posibles distracciones y debía favorecerse la capacidad de concentrarse en la tarea. En ese ambiente, el escritor jerezano permanecía sentado detrás del escritorio, siempre con libros, ante impresos, para consultar sobre la mesa y al mismo tiempo la pluma y el papel en donde plasmaba notas glosas comentarios.
En efecto, iba elaborándose un discurso que aclaraba lo mismo que discutía que enseñaba e igualmente hacía pensar en una escritura orientada por una retórica estricta y sin embargo favorecida por un dinámico discurso libre… Así acontecía la escritura sucediéndose como expresión de ideas como una latente persecución de los pensamientos era la hora de los disentimientos de la discusión y la polémica.
En efecto, su proceso de escritura consta de comentarios, de explicaciones, que son convocadas en un discurso dispuesto para aprender y enseñar, para pensar profundamente junto con sus lectores. Desde su perspectiva, la escritura que es debate, y hasta diatriba. En todo caso, discurso convertido en diálogo. Escritura que fragua las mieles de la conversación inteligente e informada entre iguales.
Inmerso entre papeles, hundido en medio de diversidad de impresos, sometido a la disciplina de escribir al mismo tiempo diferentes discursos, para públicos diversos, Larroyo escribe.
¿Campesinos iletrados?
El siglo XX mexicano estuvo marcado por la cruzada cultural de alfabetización que convirtió a nuestro país en el gallardo lector que además elige, libre y autónomo entre los sistemas de pensamiento, en un gallardo héroe de las ideas. México es atravesado por la lectura.
El creciente fenómeno de la alfabetización del país va conformando usos de la lectura más allá de la lectura de oídas que depende de la voz de otro que sea letrado. También deja de ser privativa la lectura de oídas y en voz alta para transitar hacia una lectura silenciosa realizada además en forma particular.
Adicionalmente, se define a partir de la cultura que adopta o que genera. Se transforma en agente lector, que se forma y reforma, que se adapta y transforma en una versión más urbanizada, civil y cosmopolita. Decididamente accede a la atmósfera de modernidad del libre pensamiento, la crítica, la conciencia de su realidad y el compromiso en el quehacer cultural.
Inteligencia manda
En medio de pilas de papel, de libros, de periódicos y revistas, el escritor jerezano pergeñaba sus notas sobre hojas que foliaba detenidamente. Hurgaba en un impreso o en un libro. Habría un ejemplar, lo leía a medias, encontraba un pasaje decisivo para la reflexión, saltaba a los folios, transcribía una cita textual sobre el papel, anotaba comentarios, y, en seguida, apuntaba las propias reflexiones. Así es como fraguaba su pensamiento original.
La escritura era realizada a mano. A la tinta. En block de hojas blancas, sin renglones. En silencio, sobre el papel corría la pluma, volaba en medio de pensamientos, de evocaciones, de discusión de las mismas ideas de las que estaba hecho su texto.
Manuscritos de su Archivo personal permiten constatar su trazadura sobre la hoja en blanco.[1]
Son palabras dinámicas, volando súbitamente hacia la comprensión de las cosas. Representan la anotación coronando el pensamiento. Revelan una escritura vertiginosa, presta a las ideas, diferenciada en la medida en que las mismas letras aparecen con rasgos distintos en el mismo documento.
La escritura de prisa es una constante que puede verificarse en otro de sus manuscritos.[2]
Así como en el anterior documento, también en el presente se despliega el vértigo sobre el papel. Encontramos rasgos de prisa, se constata el enfoque de un espíritu apurado por el ímpetu de los trabajos y los días. Aquí los achulados aparecen como un refuerzo de esa militancia en la inmediatez del apunte. Se corrige sobre la marcha, contra el apremio y se continúa el trabajo. El simbolismo es claro; Larroyo hace más suya la lectura entretanto que reescribe, anota, comenta y ante la cual ejerce la crítica.
Después esa escritura borroneada se pasaría en la máquina de escribir manejada espléndidamente por su esposa y leal colaboradora silenciosa quien permanecía a su lado en aquellas sesiones de trabajo interminable.
En la jornada, Larroyo se concentraba en registrar párrafos útiles para la lección, para suscitar, desatar, los pensamientos. Trabaja en puntualizar las ideas centrales, en descubrir los conceptos, en explicarlos y discutirlos. Su atenta lectura provocaba a sí mismo la oportunidad para elaborar diversas interpretaciones para justificar para justificarlas para argumentar a su favor. Así que se ocupa el escritor jerezano de trazar los apuntes de una interpretación más elaborada completamente dispuesta como un horizonte al cual acercarse; en todo caso, asumiendo que la propia interpretación de las ideas constituye una utopía inalcanzable, pero irrenunciable.
Coincidentemente, la fotografía que acompaña la Contraportada de su libro Introducción a la filosofía de la cultura[3] lo muestra alrededor de libros e impresos, leyendo y, con la pluma en la mano, permanece atento y dispuesto a la trazadura de su pensamiento sobre el cuadernillo de notas.
Discretamente el intelectual jerezano probaba respuestas, imaginaba argumentos, construía razonamientos, con tal de fraguar un pensamiento siempre más suyo, más original y, al mismo tiempo, estricto y riguroso.
La lectura crítica que hace Larroyo deviene en escritura valiente incluso siendo atravesado por la timidez, por el terror ante lo desconocido. Escribiendo ha denostado el propio temor ante lo inhóspito. Arde la duda en su mirada. Porque en su mirada hay atisbos de la lectura con dudas. Entonces abre los ojos y avanza con pluma incierta, escribe. Su poderosa escritura viene de los libros y los impresos y, definitivamente, llegará a ellos.
En sus líneas atreve el atisbo,
señala el temblor de las ideas, husmea en sus secretos, advierte la formulación
secreta, adivina la iridiscencia de sus raíces iluminadas por la consideración
sagaz.
[1] Francisco Larroyo, “Sobre erótica”, 1970, Papeles inéditos, Archivo Personal Francisco Larroyo.
[2] Francisco Larroyo, “Esquema de una lección”, cerca de 1950, Papeles inéditos, Archivo Personal Francisco Larroyo.
[3] Francisco Larroyo, Introducción a la filosofía de la cultura, (1971), México, Editorial Porrúa.