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CONFLUENCIAS


Larroyo y sus prácticas culturales


José Vasconcelos acaba sintetizando todo un abanico de prácticas culturales que lo muestran como un luchador de las ideas:

Un intelectual de la clase media porfiriana, especialmente vigoroso y audaz, participa en la Revolución, funda la política cultural y educativa del Estado posrevolucionario, se enemista ruidosamente con los caudillos y trata de vencerlos en la lucha democrática; al fracasar se convierte en un crítico del gobierno mexicano con la furia que pronto ya lo es también del país, de su historia e incluso llega a abanderar las peores causas (como el nazismo) a través  de treinta años de textos y actitudes excepcionalmente diestros en la imprecación y el insulto. [1]


Según José Joaquín Blanco, Vasconcelos encarna al intelectual que prueba las mieles de la mejor cultura y los azufres del mismo infierno.

Larroyo protagoniza la propia expresión del intelectual imaginado por su talento. Hombre comprometido con la época, decide fundar sus estudios en diagnóstico del presente y anclar sus consideraciones en la cultura clásica universal.

Tipos de discurso que prefirió. ¿Cuáles son los incentivos para leer y escribir sobre lo que lee? ¿Por qué escribe manuales de formación?


¿Qué impresos frecuentó y por qué?


¿Existe un lector ideal de Larroyo? La lectura de sus escritos no responden solamente al enfoque utilitario de su contenido. Se ejerce desde la crítica; el esmero determina el esfuerzo. Se lee con cuidado, con cautela y partir de la sospecha del discurso que se le propone.

Agente que interpreta; es el respeto por el autor el que posibilita restaurar el sentido del escritor. Interpretar restituir el sentido del editor. Lo que le hace acceder al libro.

La forma en que leemos. Cómo se vincula al texto y al escritor. Leer y escritor que vuelve la lectura un insumo.

El comentario emerge en Larroyo como un género al que vuelve con comodidad el filósofo jerezano. Las Introducciones, prólogos y presentaciones para la Editorial Porrúa implican la documentación de esos comentarios, la expurgación de notas al margen, de tal suerte que suponen una verdadera inducción a la obra presentada. Esas líneas introductorias muestran una dignidad de la reflexión marginal, de la consideración derivada, de la crítica a vuela pluma. El texto de Larroyo concurre como un ejercicio hospitalario de crítica y devoción sobre las obras clásicas de todos los tiempos.

Los lectores de periódicos y revistas convergen en cafés y clubes literarios cuya proliferación caracterizó la segunda mitad del siglo mencionado. Son sitios de alojamiento de transeúntes de las ideas. En todo caso, los comensales y contertulios recrean el debate y alientan la crítica en prácticas preferentemente horizontales y fuera del ámbito de la idea de la autoridad y el dogma.

En tal contexto, el filósofo jerezano ingresa a la militancia en la prensa cultural mediante la entrega semanal de su colaboración en Excélsior la cual luego continuará en Novedades donde persistentemente alentará su gesta inquisitiva.

Conviene señalar que la transición de Larroyo que va de la juventud hasta la adultez se caracteriza por la consolidación de una formación filosófica con énfasis educativo y humanista.

Desde la perspectiva de Edmundo Escobar, los años treintas son eminentemente formativos para el intelectual jerezano:

En los treintas fue más un estudiante que maestro. Asiduo lector, investigaba, hacía sus grados, iniciaba su obra, novedosa en un medio educativo chapado a la antigua. Era maestro, un pensador de avanzada. Tal vez para algunos pasó por temerario. Con todo, su saber, su información de lo que pasaba en Europa y en Estados Unidos, ilustró y fundamentó su pensamiento de pedagogo y filósofo. Muchos de sus pensamientos, de sus proyectos de educación, fueron sospechosos, se consideraron extraños, pero poco a poco se fueron imponiendo como nuevas y fértiles formas de vida académica: así la asistencia libre, el hábito de estudiar a los clásicos, la necesidad de tener visiones de conjunto de los materiales, el conocer a fondo cada una de las escuelas, corrientes o direcciones, etc. [2]

El rasgo distintivo de la época es la formación en todo su esplendor. Estudia con premura, emprende su carrera de escritor. Se desempeña en calidad de profesor frente a grupo lo mismo que funge en términos de investigador de las áreas de su interés.

La transición de la juventud a la madurez en Larroyo aconteció con apego al estudio, a la academia y, ante todo, a los libros. Leyó asiduamente a los clásicos. Comprendió las doctrinas fundamentales de los grandes filósofos. Se compenetró de una metodología del trabajo investigativo, fraguando así la propia especialización en el ámbito educativo.

La filosofía neocrítica en México ha recibido un influjo por demás considerable de las dos direcciones neokantianas más importantes del presente siglo: la Escuela de Marburgo (Cohen, Natorp, Cassirer…) y la Escuela de Baden (Windelband, Rickert, Kroner…) De parecida manera que estas Escuelas, la filosofía neocrítica en México aspira a una consecuente reelaboración del pensamiento Kantiano. El Kant histórico constituye tan sólo la pauta orientadora y un presupuesto de trabajo. [3]

Larroyo entra en el tiempo con plena conciencia de las necesidades apremiantes en nuestro país. Hace un esfuerzo por conectar su conocimiento con la cultura de todos los tiempos. Está procurando construirse un bagaje cultural. Participa desde una perspectiva crítica. Ingresa en la realidad. La caracteriza. Genera soluciones. En la tentativa analítica advierte problemas graves, imagina soluciones y las sustenta en la medida de lo posible. Se involucra en el trabajo de reflexión de la cuestión educativa; inventa instituciones educativas en un medio de gran necesidad para la patria. De este modo, el intelectual que nos ocupa ya ha generado una visión de alto impacto que va a trascender. Y en esa medida va a trascender y a trastocar en todo el país e, incluso, en América latina. De esta manera es que asumimos que Larroyo es entendido en los tiempos.

Larroyo apunta a inventar un tipo de intelectual más dado a lo dubitativo y a la autopsia del presente. Reivindica para su quehacer la necesidad de circunscribir sus reflexiones a la circunstancia y al tiempo que le tocó vivir. Ha comprendido la importancia de pensar las cosas a partir de la noción de persona, con cuya perspectiva alienta el análisis desde la cultura humanista. De esta manera, su formación filosófica se consolida al tiempo que se empeña en instruirse con aquella enfocada en la pedagogía y con especial énfasis en la educación.

En tal contexto, ya destacan en el filósofo jerezano su condición visionaria del horizonte mexicano lo mismo que las prácticas inquisitivas de su condición polímata y la cual devendrá en los siguientes años entre su público como el consumado polígrafo que llegará a ser.


[1] José Joaquín Blanco. Se llamaba Vasconcelos. Una evocación crítica. México: Fondo de Cultura Económica, 1983.

[2] Edmundo Escobar, Francisco Larroyo y su personalismo crítico. Génesis, sistema, polémicas, apreciación, 1970, México, Editorial Porrúa, p. 19.

[3] Francisco Larroyo, “Pensamiento y obra del idealismo crítico en México”, en Revista Filosofía  y Letras, 36, octubre-diciembre 1949,  p. 194.

Arturo Gutiérrez Luna

Unidad de Estudios Jerezanos

ezlumax39@gmail.com