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CONFLUENCIAS

Arturo Gutiérrez Luna Unidad de Estudios Jerezanos ezlumax39@gmail.com

Las coordenadas de la utopía de Francisco Larroyo ¿Por qué estudiar a Francisco Larroyo? ¿Por qué escribir sobre su obra? La respuesta apunta a destacar el gran aporte del filósofo jerezano a la cultura mexicana. Acaso la respuesta tenga que ver con la irrenunciable cátedra que compartiera a lo largo de su vida.

Estudiamos a Larroyo porque su pensamiento incita a la conversación inteligente que liberta de prejuicios y dogmas. Su quehacer intelectual propicia el encuentro con las ideas y su discusión más leal.

Escribimos acerca de su obra pues la consideramos cabal fruto del espíritu entendido de los tiempos, capaz de hacernos comprender, de habilitarnos para la toma de conciencia de nuestra circunstancia y de proveer los insumos para emprender una expedición de largo alcance comprometida con enriquecer a la humanidad. Hemos de apelar a otra moralidad.

Es a partir del respeto por su quehacer que se logra el aprecio de su obra y la valoración de su aporte a la cultura mexicana. Pensar adentro aparece Larroyo acechando a las ideas, hurgando, dubitativo y suspicaz. Pensar adentro espera a sus lectores.

Cabe mencionar que Larroyo se ocupa de descubrir la extensa tradición humanista de la filosofía mexicana.1 Larroyo inventa una categoría de intelectual según la cual ha de sumergirse la persona en una expedición de las ideas hacia, a, por, para, con, contra las ideas.

En efecto, el filósofo jerezano persuade, disuade, convence. Más allá de la sola creencia, su tipo de intelectual sospecha una perspectiva ilustrada, humanista de la vida. Su intelectual mira, duda, interpreta, conspira. El ilustre pensador jerezano milita en la lectura en la medida en que ansía conquistar los mundos con la revisión de sus mejores obras. Ello explica su labor escritural mediante la cual se explica sus lecturas, atreve conjeturas, adelanta interpretaciones, edifica castillos e ideas.

El veneno Contra el veneno que lo ignora, hay que pertrecharse con la difusión de su obra. Ante el veneno que lo difama, es preciso aprestar las armas de la crítica para desmontar tal infundio. Ante la falta de conocimiento de su vida y obra, necesitamos incentivar su lectura y el encuentro con sus postulados.

No alcanzará nunca jamás el veneno para dirimir las envidias a su alrededor, ni la miel bastará para honrar con justicia su aporte a la cultura de la conversación entre las personas. Hará falta el milagro de la lectura para dar a cada uno según el arte de su aporte.

La miel Hablando de Francisco Larroyo demasiado pronto advertimos que se trata de un autor desbordado en la crítica de las ideas, más que quedarse ceñido a la temática educativa, como se había pensado. Larroyo deviene en pensamiento al acecho, es tigre que evalúa, fiera de la crítica, cantador de la melodía de la conversación de las reflexiones a que da lugar el pensar. Si Francisco Larroyo es conocido por su quehacer educativo como teórico de la pedagogía y como formador de instituciones educativas, no basta para entender al gran hombre ilustre jerezano.

Existe un problema de miopía al mirar los árboles, porque se olvida el bosque y Larroyo es preferentemente bosque. Hay razón en honrar al jerezano, pero resulta insuficiente el reconocimiento que se le profesa porque se trata de un fraguador de la cultura moderna mexicana. Su quehacer inquisitivo da mucho que pensar. Hay razón en tal honra a su obra pedagógica.

Pero existe deshonra al circunscribir su obra a la educación, olvidando el aporte que realizó en diversas disciplinas de conocimiento. No puede ni debe escamoteársele el gran prestigio conquistado a través de una obra variada con punteros modernizadores en áreas diversas. Un merodear paulatino alienta las reflexiones que pergeña Larroyo en sus páginas escrupulosas es auscultado hasta convertirlas en prescripción crítica de las ideas. No se conforma con enunciar la consideración pertinente.

Destaca la anotación suspicaz, la observación es decantada en un pensar sofisticado, preciso, dispositivo, dinámico artefacto de las ideas. Sus ensayos perfilan la creación, atraen a la conversación, incitan al diálogo, instauran la libertad de pensamiento. Las coordenadas de la utopía de Francisco Larroyo alcanzan a extenderse más allá de la época en que fueran gestadas sus iniciativas culturales, más allá, incluso de las generaciones coincidentes en su tiempo.

Hemos podido constatar que Larroyo se involucra en tareas relacionadas con la cruzada de alfabetización, con la encomienda educativa para, con la formación y actualización de docentes en servicio y por integrarse a atender las necesidades del país. Una fotografía multitudinaria de 1962 retrata su alma. Dice presente en medio de la ausencia de todos. Mira. Nos observa a la distancia. Permanece al centro, siempre vigilante. Dislocado en el instante. Yendo en un viaje textos adentro. Atento del adentro y del afuera. A la orilla de los folios, de los libros, en ciernes o ya hechos. A la espera, renuente a la unidimensionalidad.

Arduo en el afán, en la atención y la astucia. Advierte nuestra presencia lectora. Adivina las preguntas cómplices. Nos intuye atentos lectores. Nos conoce. ¿Lo conocemos nosotros? Es Francisco Larroyo en 1962, en la Inauguración de los cursos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. El polímata deviene en tigre. Acecha, hurde estrategias, sospecha, atestigua y da horizonte con el zarpazo de la astucia sobre los hechos. No puede ser gradual sino detonante.