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CELULARES Y TOCINO

Antonio Sánchez González, médico.

Los médicos hemos dicho que los teléfonos móviles dan cáncer cerebral y que un sándwich de tocino diario duplica el riesgo de cardiopatía. Esos datos provocarían que hacer una elección al respecto sería bastante simple: el tocino es más sabroso que un incesante chat telefónico, y un infarto del corazón tiene un desenlace mucho más rápido que un tumor cerebral. Dicho esto, sería una tontería descartar la posibilidad de considerar la situación de quien come torta de tocino mientras habla por teléfono.

Ambos temas generaron titulares en la prensa mundial hace meses: en el caso de la relación existente entre el uso de los celulares y el riesgo de cáncer cerebral, el informe médico contrastaba con el de los periódicos, quienes estuvieron de acuerdo en que el estudio en el que se basó la historia no encontró un riesgo elevado estadísticamente significativo. El autor del estudio, el profesor Swerdlow del Instituto Británico de Investigación del Cáncer, dejó claros sus hallazgos: estudió individuos con 10 niveles de uso del celular, desde muy bajo a muy elevado. En el grupo más alto, aquellos que reportaron usar su teléfono por 12 horas o más al día, hubo una mayor probabilidad de tener glioma y meningioma.

Sin embargo, ese nivel de uso es en sí mismo improbable, y hay que tener en cuenta la posibilidad de que, dado que esta muestra fue de personas con tumores cerebrales, pudieron confundirse o recordaron mal los períodos de uso del teléfono.

En la literatura médica no está descrito algún mecanismo por el cual las ondas de radio puedan causar cáncer. Los teléfonos móviles no alteran el ADN, que es la forma en que la radiación ionizante causa cáncer. En ese contexto, vale la pena dudar la pertinencia del estudio; aunque ante el interés público sobre el asunto, considérese que es parte de la función de los científicos responder a las preguntas que preocupan a las personas.

Sigamos con el tocino. La Escuela de Salud Pública de Harvard publicó hace meses un estudio que muestra que el riesgo de enfermedad cardíaca aumenta 42% con cada porción de carne procesada de dos onzas. Suena extraordinariamente alto, pero no lo es si echamos un vistazo cuidadoso: fumar aumenta el riesgo de cáncer 20 veces, 2000%. Un aumento del 42% es pequeño en términos epidemiológicos, y la cifra en el estudio podría aparecer elevada por un sesgo porque tal vez los hombres enojados comen más tocino que las mujeres apacibles. Sería un sesgo extraordinario que podría producir un aumento del 2000%.

Los cánceres son tan borrosos en la causa, el tratamiento, agresividad, en la fatalidad y en las personas a las que atacan, que en realidad no estamos hablando de una sola enfermedad, y nos referimos a ello como un sinónimo de la muerte. Las verdades elementales son que nadie quiere estar enfermo y, tampoco, nadie quiere vivir eternamente. Esto abre un abanico de duras expectativas: ¿cómo erradicar la enfermedad y al mismo tiempo preservar la mortalidad? ¿De qué, exactamente, se quiere morir mientras se duerme? También está el delicado conflicto entre lo que quiere para usted en el presente y lo que querrá cuando tenga 80 años. Si tuviéramos que hablar abiertamente sobre la muerte, la responsabilidad recaería en todo el mundo. Territorio tenso y conflictivo. Si solo hablamos de cáncer, el tema puede dejarse en manos de médicos.

Habitualmente, el melodrama médico en los medios de comunicación no se toma como una guía. El hábito de fumar ha disminuido debido al hecho de que es manifiestamente peligroso y no hay muchos lugares donde pueda hacerse, pero beber, comer carne, no hacer suficiente ejercicio: todos los méritos básicos de comportamiento carcinógeno (o, en general, que genera enfermedades) aumentan constantemente. Consideramos las historias de miedo no como un plan para una vida mejor, sino para la emoción buscando los elementos del género de terror para sentir, fugazmente, como si nos estuvieran educando.