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Vacunas, peligro y riesgo

Antonio Sánchez González. Médico.

Hay quien ha dicho que las pandemias son producto de la globalización liberal. No es así. Nacieron con la agricultura hace varios miles de años. Desde entonces, la historia ha estado marcada por epidemias más o menos mortíferas de cólera, peste, lepra o gripe. La novedad es la velocidad a la que se propagó este virus. Esta velocidad está menos relacionada con la permeabilidad de las fronteras que con los viajes aéreos. Lo que aceleró el juego es la capacidad de la gente para moverse a cualquier punto del planeta en pocas horas. Esta vulnerabilidad se vio atizada por la opacidad de China al comienzo de la pandemia. Sin embargo, este mundo hiperconectado y riesgoso es también el que nos dio las vacunas producto de la ciencia, el capitalismo y la globalización.

En una pandemia, no es sólo el virus el que circula, sino también el miedo. Contamina más y a veces hace más daño porque cierra bocas y vacía cabezas. Tanto así que la razón de lo más espeluznante tiende a convertirse a menudo en la mejor. Esto es lo que ha sucedido recientemente: han nacido dudas sobre los efectos secundarios de la vacuna de AstraZeneca. Si bien, es insoslayable que los casos de trombosis relacionados con su administración le han dado un sentido áspero de morbilidad, está demostrado que sus efectos secundarios son, en la inmensa mayoría de los casos, síntomas catarrales que suceden con la misma frecuencia que al usar las otras vacunas disponibles y autorizadas. Otra vez, como varias ocasiones durante este año, el miedo se ha extendido rápidamente motivando que los gobernantes abandonen el sólido terreno de los datos científicos disponibles para entrar en el campo de la psicología de la multitud y, en el peor de los casos, en el de la especulación. Y hoy, al respecto estamos ante el reto de encontrar una autoridad superior (la Agencia Europea de Medicamentos, la FDA o la OMS) que restablezca la confianza de los políticos y de las multitudes explicando con peras y manzanas los fríos números de la investigación clínica.

Cada vez más parece que las vacunas son el medio por el que la epidemia puede controlarse y en este escenario el uso de la vacuna de AstraZeneca ha sido suspendido en cinco países europeos, entre ellos Francia y Alemania, al mismo tiempo que se critica la adquisición de esta por parte del gobierno de México a través de una donación de Estados Unidos. ¿No se utiliza erróneamente el principio de precaución para manejar los riesgos relacionados con la incertidumbre? ¿Es necesariamente un riesgo una amenaza? Esta secuencia revela una vez más la naturaleza vaga y dañina del principio de precaución.

Cuando nos enfrentamos a riesgos poco conocidos, cuyas consecuencias ignoradas podrían ser terribles y sobre todo irreparables el principio de precaución se ha convertido en una fórmula hueca, equivalente a decir que “ante la duda, abstenerse” ante el espejismo del mundo actual que sugiere que hay que aspirar a riesgo cero.

El ejemplo de la interrupción de la vacuna de AstraZeneca nos muestra la diferencia crucial entre el peligro y el riesgo. El peligro es la posible causa de daño; el riesgo es la probabilidad de que se produzca este peligro. ¿Un ejemplo? Vivir es peligroso para la salud porque se corre el riesgo de estar enfermo e incluso morir. En nombre del principio de precaución, ¿debemos, por lo tanto, abstenernos de vivir? Otros ejemplos: la carne roja, que contiene glifosato, es cancerígena. Está probado, es peligrosa. Pero a menos que uno coma una costilla de carne de res en cada comida, rociada con un litro de glifosato, el riesgo será pequeño.

Hoy, debemos asumir que tenemos, por un lado, una epidemia virulenta y, por otro, una vacuna que es por definición arriesgada porque está activa. Me parece que debemos preferir lo que Aristóteles llamó prudencia: evaluar los riesgos en esta situación de previsible incertidumbre y la elección asumida en favor del menor. Pero hay que recordar que la propia abstención conlleva un riesgo ante la pandemia. En otras palabras, no hay una decisión buena y mala, sino una mala y otra peor. Esa es la definición misma de política.