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Todos los días el Día

Amparo Berumen

Hace tres noches me quedé leyendo otra vez aquel epistolario que Kahlil Gibran escribiera a su entrañable Mary Haskell. Una de esas páginas, fechada el 20 de junio de 1914, dice lo siguiente:

“Quiero enseñarte lo más importante que he pintado en mi vida, Mary: un retrato de mi madre hecho de memoria. Es un retrato de su alma, sin trucos estéticos o técnicos. Plasma exactamente lo que yo quería que plasmase. Su alma está allí, con toda su sencilla majestad. Sólo consigo ver a mi madre cuando cierro los ojos. En realidad la pintura es una extensión de la vista, como la música lo es del oído. Cuando creo algo, deseo que alguien piense que existen otros mundos, silenciosos y remotos, solitarios y distantes; mundos donde la vida se muestra con toda su intensidad”.

Guardé el libro citado y voló mi pensamiento a otras páginas. A aquellas que han hablado de las escenas trágicas en que Antonio Machado, fiel a sus creencias, quiso ser parte de la caravana de la derrota. El poeta iba allí con su madre, trasponiendo los Pirineos. Él estaba allí en la placita Banylus, pero “le faltaba el sustento de su aire”. La muerte les llegaría a los dos, silenciosa y anónima, acaso como una respuesta al verso premonitorio:

Y cuando llegue el día del último viaje,

y esté la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.

Apoyado en su bastón, el poeta caminante alcanzó a dar unos breves paseos por Collioure. Una tarde –escribe Ian Gibson en su libro Ligero de equipaje–, Machado le dice a su hermano José: “Vamos a ver el mar”… esa sería su última salida.

“Nos encaminamos a la playa –cuenta José. Allí nos sentamos en unas de las barcas que reposaban sobre la arena (…) Al cabo de un largo rato de contemplación, me dijo señalando a una de las humildes casitas de los pescadores: “Quién pudiera vivir ahí tras una de esas ventanas, libre ya de toda preocupación”. Después se levantó con gran esfuerzo y andando trabajosamente sobre la movediza arena, en la que se hundían casi por completo sus pies, emprendimos el regreso en el más profundo silencio”.

A los dos días murió el poeta lejos del hogar, y a los cuatro emprendió su madre el mismo viaje postrero. ¡Cuántos libros han grabado en sus páginas estos acontecimientos! Elena Garro relata la visita que hiciera a la casa de Antonio, acompañada de algunos intelectuales. Casa de aura taciturna atenida a su aroma de claves íntimas, cubierto de hojas secas el callado jardín… El viejo poeta apareció frente a ellos con su oscuro y deteriorado atuendo. Cuando le preguntaron por su madre, fue a buscarla como quien sigue un ritual: mostrarse primero él, luego ella. Y Dice Elena Garro: “Si había alguien que pudiera ilustrar lo que sucedía en España eran Antonio Machado, su madre y su hermano Manuel, que estaba “del otro lado”… Escuché hablar a la viejecita de Manuel con la misma voz con que se refería a su otro hijo, a Antonio. Era una pequeña figura goyesca, con su falda negra acampanada hasta los tobillos, su blusa negra de manga larga y su pañoleta bien colocada sobre la cabeza (…) Un tiempo después Finki Arakistán me contó que los dos murieron en la huida. Fueron muchos los que los vieron a pie, pero nadie se detuvo a recogerlos y llevarlos en su coche… Sí, la guerra se había perdido y ya no eran útiles. Si alguna imagen me quedó de España fue la imagen de la madre de Machado, de pie en aquel comedor…”

… Dejé de leer estas páginas cuando el reloj marcaba las cuatro menos cinco en el gris de la madrugada. Esta costumbre mía de leer y escribir a deshora. En ese mismo instante empezaron a oírse afuera los cantares de un grupo de muchachos que se acercaban a una casa vecina con sus guitarras: “Mamá, te quiero decir te amo”. En el desvelo imperturbable de mi estudio, seguí escuchando las jóvenes voces que arrullaban el sueño de la calle húmeda y solitaria. Abstraída me acerqué a la ventana, y mi pensamiento de hija nostálgica voló hasta llegar allá, a la tierra velardeana: “Mamá, te quiero decir…”                                     

amparo.gberumen@gmail.com