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Tauromaquia y la razón

Antonio Sánchez González

Chorros de sangre. En las arenas, pero también en las frases violentas que se lanzan entre los aficionados a las corridas de toros y todos aquellos que quisieran ver a la tauromaquia inscrita en el pasado. El sufrimiento animal se contrasta con la gloria del toro, y la dignidad humana con el orgullo del torero.

a sea en la semántica o en los valores individuales, las diferencias están claras y encuentran argumentos en ambos lados de la arena. Sin embargo, el método científico podría ayudar a mirar más claramente para escapar de la pasión desbordada y distinguir que la aceptación de las corridas de toros es solo cuestión de sensibilidad.

Ciertamente no es la respuesta de un razonamiento lógico que, sin embargo, vendría al rescate de todos los toreros. Las tradiciones y la cultura dan forma a nuestra historia para construir una especie de identidad nacional y regional que alimenta nuestro orgullo colectivo e individual: eso es bueno. Pero algunas de estas costumbres no duran a riesgo de congelar la sociedad en la que navegamos e impedir el progreso.

Así, las mujeres han salido del modelo de esposas dependientes de sus maridos y al servicio de sus hogares, y los hombres han escapado de un virilismo inútil. Para entenderlo o incluso iniciar la evolución social, es necesario apelar a la lógica mientras se observan los hechos, no sin un cierto conocimiento de los entresijos de la cosa examinada. Esto es una reminiscencia del famoso método científico.

El método científico se basa en cuatro pilares que deben coordinarse para responder una pregunta, comprender un fenómeno o resolver un problema. Estos pilares son la observación, la experimentación, la teoría y la lógica.

En la práctica, uno observa una situación, a veces la experimenta uno mismo, se le aplica lo que se admite, lo que está en discusión o lo que es controvertido; finalmente, se somete a análisis el razonamiento lógico. Aplicado a la tauromaquia, el ejercicio es interesante.

Los partidarios de la tauromaquia a menudo señalan a los oponentes por no conocer las corridas de toros, por nunca haber asistido a ellas. A riesgo de contradecir a los opositores de las corridas de toros, debemos admitir que el argumento es de tenerse en cuenta.

Pero es muy probable que al experimentar hoy una corrida para quien asiste por primera vez el resultado no sea el esperado por los aficionados al ver a los espectadores reaccionar de forma emocional sin ningún análisis contra lo que hoy día se puede presenciar hoy, cuando menos en las plazas mexicanas: un espectáculo en el que faltan elementos primordiales del mismo: el arte, la emoción y el miedo. Y, por ello, observar, experimentar y, sobre todo, resaltar lo que parecen múltiples perversidades, tanto en los toreros como en los espectadores.

Según los científicos y la teoría aceptada, los mamíferos, como los humanos y los toros, comparten sistemas nerviosos idénticos, por lo que también comparten el dolor cuya intensidad puede verse influenciada por los niveles de estrés que se experimenten simultáneamente. Esto ha llevado a algunos rastros -mataderos- a transformar sus procesos.

Luego viene el razonamiento lógico. Los aficionados rechazan enérgicamente el argumento de que imponer tal tortura a un animal es inaceptable. Insisten en que los antitaurinos tienen una tendencia incómoda a identificarse con el animal.

Pero este razonamiento no se sostiene cuando estos mismos defensores de la tauromaquia, hablan de la gloria del toro al encontrarse en esta arena para una pelea -insisto que cada vez más carente en las plazas mexicanas de arte, emoción y miedo, y por ello cada vez más desigual- que tal vez le confiera los honores vitalicios.

El antropomorfismo de los humanos en los toros sería entonces una noción relativa entre los aficionados a las corridas de toros. Uno se reconocería entonces en el animal sólo desde el ángulo del orgullo y la gloria, pero ciertamente no desde el del sufrimiento y la muerte.

El arte de la comparación es una herramienta que debe manejarse con precaución a riesgo de caer en un cierto sofisma, y el método científico nos protege de ello. Al igual que los debates sobre el cambio climático, el de las corridas de toros no debería darse en ciertos círculos políticos y si en el debate público general.

Defender la tauromaquia es solo una cuestión de sensibilidad sin ninguna base lógica relevante, que, si no dañara ninguna vida, no sería un problema. Peor aún si ahora en ellas no hay arte, miedo, emoción y la lucha en ellas representada es cada vez más desigual y, contradictoriamente, no es reflejo de la sociedad actual.