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Sofismo pandémico

Antonio Sánchez González. Médico.

En los debates sobre Covid19 me parecen sofistería algunos razonamientos que tienen la apariencia de verdad pero que son falsos y que prevalecen sólo porque están hábilmente argüidos.

Hay quien argumenta que, «La salud no es el valor supremo, la libertad o el amor valen -por ejemplo- mucho más». Basta pensar durante un segundo para romper la falacia, para entender que la salud no se toma así, como un bien entre otros, sino como la condición de todos los demás, como el antónimo de una enfermedad que, según un nuevo estudio de la OMS, ha matado a entre 6 millones y 8 millones de personas. ¡Una nada! ¿Y si pudiéramos revivir a los muertos y preguntarles qué pondrían en primer lugar: su salud y sus vidas perdidas, ¿o la libertad y el amor? Obviamente elegirían la salud y la vida por la sencilla razón de que, sin ellas, no hay libertad o amor.

Hay quien argumenta que, «Algunas personas han privilegiado la salud y la vida por encima de la economía, pero sin economía, no hay vida, especialmente para nuestros jóvenes». Una vez más, el argumento se descarrila: si hemos puesto la vida por encima de la economía, ¡también es para proteger la economía y la libertad! Como se muestra en un artículo reciente en The Lancet, los países que siguieron o al menos se acercaron a la estrategia Cero-Covid tuvieron escenarios infinitamente mejores que nosotros, no sólo en términos de salud, sino también económicamente. Suecia, que no se ha sometido a cuarentenas a sí misma, en última instancia está pasándola peor que sus vecinos, Noruega o Dinamarca, porque en realidad la gente vivimos y trabajamos muy mal cuando pretendemos «vivir con el virus». Sobre todo, cuando bajo el pretexto de los abrazos y las arengas de seguir yendo a los restaurantes, como el presidente López Obrador animó al país en febrero, seguimos cerrando cines, restaurantes, cafés, museos, teatros, tiendas «no esenciales», durante períodos más largos que el resto del mundo en una estrategia que pretendía “cuidar la economía» que lamentablemente fracasó en comparación con, por ejemplo, la de Alemania (cerca de medio millón de muertes por 130 millones de habitantes en nuestro país y una economía agobiada, frente a los 87000 de 83 millones en el país del Rin).

Hay quien argumenta que, «Este año se han producido también cientos de miles de muertes por diabetes o cáncer en nuestro país, ¿por qué hacer tanta alharaca con el Covid?» Porque, a diferencia del cáncer, esta es una enfermedad transmisible que, por lo tanto, se puede evitar si tomamos ciertas precauciones, ciertamente dolorosas, pero que sin embargo pueden salvar nuestras vidas y por lo tanto nos permiten recuperar la libertad y el amor, que, una vez pasado este peligro real, medible en números de muertos y camas ocupadas, se dice que es más delicado.

Por último, «unos años de vida de los jóvenes han sido sacrificadas para salvar las vidas de los viejos». ¡Pero es lo contrario que hemos experimentado, excepto considerar la muerte de personas diez o quince años antes de la edad como menos grave que pedir a los jóvenes que se pongan una máscara o que tomen un tiempo de clases en “distanciamiento”! ¿Vale la pena recordar que otras generaciones han vivido otras situaciones más trágicas? ¿Estaban menos limitados en las trincheras de la Revolución Mexicana y las dos décadas que la siguieron? Postular que nuestros jóvenes ahora serían incapaces de soportar la más mínima adversidad, incapaces de hacer ciudadanía, ¿es realmente respetarlos, hacerles un favor?

Esta diversión no sólo desprecia a los jóvenes, sino que resulta absurdo comparar nuestra esperanza de vida de 80 años con la edad promedio de las muertes del Covid para minimizar su significado, porque obviamente se trata de esperanza de vida al nacer. Pero cuando se ha llegado a esta edad superando todos los riesgos que salpican una existencia, todavía se puede tener años por delante. ¿Qué derecho hay para considerar a los viejos innecesarios y miserables? En estas circunstancias, ¿los jóvenes realmente tenían que ser privados de nada? ¿Se les debería haber permitido contaminar sin restricciones e infectar a sus mayores? La verdad es que todos hemos sufrido privaciones, independientemente de nuestra edad, y que es peor aceptar el pretendido sufrimiento para los ancianos que para los jóvenes. Así que, ¡basta de sofismas entre diferentes generaciones que no tienen más remedio que enfrentarse al destino juntas!