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Palabras de la Gente

Amparo Berumen

 Para el poeta Sol, hasta allá.               

Usted recordará que hace unos dieciocho años se celebraron en Tepic, Nayarit, las nupcias de José Luis Cuevas y la también pintora Beatriz del Carmen Bazán. De ello platiqué con el maestro brevemente, al cenar por segunda ocasión en casa, acompañado esta vez de su esposa, veladas entrañables que hoy guardo celosamente en mi baúl de los recuerdos. “Sucedió que volví a enamorarme” –había dicho él. Y a más de casarse por el rito católico, lo habían hecho por diez ritos indígenas distintos.

Uno de estos actos se realizó justamente en El Cerro de la Cruz, lugar de gran significación para la capital nayarita que fue inaugurado como recinto ceremonial tras cumplirse, de manos de un marakame huichol, el culto sagrado que celebra la unión entre el primer hombre y la primera mujer, en el que “es indispensable la presencia de los cuatro elementos: el agua del río Molola, las piedras de la tierra, el viento surcado por las águilas y el Tatewari, el abuelo fuego”. Porque en la religión huichola el misterio de la vida se explica como una composición de fuerzas opuestas: tierra y agua por un lado, fuego y aire por el otro, personificando la “lucha” entre los dos principios fundamentales hombre–mujer, misterio en el que permanece entretejida la conjunción mística peyote–venado–maíz, trinidad que protagoniza el drama cósmico de la creación.

Portando un atavío elaborado a mano con el celoso colorido y la cábala de los bordados huicholes, el sacerdote saca de una caja los instrumentos que le otorgarán el solemne poder de unir a la pareja, siendo “el más importante, su muwieri, una vara de cuyo extremo superior penden, entre otras, plumas de águila real”, por asumir el pueblo huichol que las plumas del águila espantan el peligro y la enfermedad, y al ataviarse con ellas se alcanza la fuerza y la agilidad de estas aves. Y como el águila ve todo y todo lo sabe, los huicholes han unido a sus rituales el escudo nacional, EL SELLO, llamado así por ellos. “El águila es el padre sol, y la serpiente el agua en forma de ríos” –dicta la creencia. Y en su lengua tewi niukiyari, que quiere decir PALABRAS DE LA GENTE, se escucha apenas el canto sagrado, el sagrado canto huichol del Tsaurírrika

Pese a la presión que han vivido particularmente en los últimos tiempos, los huicholes siguen intrínsecamente apegados a su tradición, a su interpretación de la vida, a su cosmovisión. Con todo, al incorporar a sus actos ceremoniales las imágenes traídas por los franciscanos, hoy la virgen de Guadalupe, los crucifijos y algunos santos coexisten moderadamente con los principales dioses originarios.

Todas estas estampas reimprimen con fidelidad en mi pensamiento las permanencias de los indios huicholes en Nayarit, Jalisco y los límites de Zacatecas. Preveo su esencia ritual y sus atavíos de bordados excepcionales; recuerdo todas las veces su paso silencioso por las calles empedradas del Jerez de mi nacimiento, y aquellos poemas en papel legal que llegaron de cuando en cuando a mi ventana con el aroma de las cosas limpias… Leo de ese tiempo y de este tiempo los textos de Fernando Benítez inscritos en su obra Bordados Huicholes –editado por el Gobierno de Zacatecas–, ofrecidos por vez primera en forma de libro, relatando el autor “una historia de coincidencias un poco extravagante”. 

Y Benítez escribe: “¿Quién enseñó el bordado a las indias? Me han dicho que las serpientes las enseñan y ellas tratan de reproducir los dibujos de sus pieles esmaltadas de complicados motivos geométricos. Esto no pasa de ser un nuevo mito de esos indios creadores de mitos inagotables. Si examinamos sus bordados, nos daremos cuenta que siguen los cantos del chamán (…) Surgen estrellas, animales, fantasías obsesivas que siempre guardan una geometría rigurosa. Hay desdoblamientos, y a veces una bordadora trata de fijar el gran signo del éxtasis, la construcción de El Bosco en El Jardín de las Delicias, sin lograrlo del todo pues una aguja y un hilo son recursos insuficientes. Por supuesto, las bordadoras no trabajan bajo el influjo directo de la mezcalina, sino sobre ese patrón entrevisto durante su comunión frecuente con el Divino Luminoso”. 

En la entrañable nación huichola, los marakames son los guías y en sus visiones se revela el mandato de los dioses. Mientras cantan y aun si no lo hicieran, de los sueños y el trance del peyote, comunión con el Divino Luminoso, obtienen poder. Su oficio es de la misma manera privilegio y arduo juramento. Con el uso de efugios, alegorías, acertijos, van creando los sacerdotes un juego para iniciados. No por nada prevalece en todas las culturas la máxima de que al ejercitar la imaginación, se fortalece el carácter y se agudizan los entendimientos…

amparo.gberumen@gmail.com