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Los cafés de la entrañable Viena

Amparo Berumen

Hace nueve años los cafés de Viena fueron declarados por la UNESCO, Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad. Una feliz noticia para todos aquellos que se encuentran inmersos en la cultura del café en sus muy diversas fases. Porque con esta investidura, la Comisión de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura, reconoce la trascendente labor de quienes han hecho de estos centros de vida social e intelectual, importantes sitios de reunión sin los que sería muy difícil disertar el acaecer de las ciudades con sus historias. «Son lugares donde el tiempo y el espacio se consumen, pero sólo aparece el café en la cuenta», declara dicha Comisión creada para salvaguardar la herencia cultural intangible, bienes inmateriales que aportan a las culturas del mundo un sentido identitario y de continuidad, del que forman parte la tradición oral, las danzas con sus rituales, la artesanía, la comida de las culturas originarias…

Capital de Austria situada al NE de este país, sobre la margen derecha del Río Danubio se ubica Viena, ciudad que permaneció cautiva entre sus murallas durante unos 600 años, para posteriormente crecer en toda dirección. En la Ringstrasse, avenida que se ha dejado bordear de árboles y edificios magníficos, usted encuentra la sustancia de la vida vienesa. Aquí se localiza el antiguo palacio, otrora residencia de los emperadores hasta 1918; la sala de la ópera, los museos, la universidad, y la muy bella catedral de San Esteban cuya torre domina la ciudad. Esta avenida, y la Gurtel que ocupa lo que antaño fuera el anillo exterior de las fortificaciones, son de gran afluencia. Sigmund Freud transformó la universidad –famosa por su escuela de medicina– en sede de la escuela moderna de sicología y sicoanálisis hasta 1938, en que las fuerzas alemanas irrumpieron en Austria.

Con el ascenso de los Habsburgos, se convirtió Viena en capital del Sacro Imperio Romano y, durante la Contrarreforma, en una significativa ciudad del catolicismo. Como capital del imperio Austro-Húngaro y ciudad importante de Europa, antes de la Primera Guerra Mundial destacaba por su alegría, sus operetas y su innegable vida placentera. Si bien, reconocido centro de artes, el mayor renombre de Viena procede de su rica tradición musical, donde los más afamados músicos ofrecieron sus primeros conciertos.

En la década de 1770 hizo su aparición el VALS, género que envolvió en su furor no sólo a Viena sino a toda Europa. Michael Kelly, tenor irlandés que participó en el estreno mundial de Las bodas de Fígaro, refiriéndose a la década de 1780, con acierto escribió en 1826: “Los habitantes de Viena bailaban enloquecidos cuando se aproximaba el Carnaval, y la alegría comenzaba a manifestarse por doquier (…) La propensión de las damas vienesas a la danza y su asistencia a los bailes de disfraces era tan firme, que no se permitía que nada interfiriese en el goce de su diversión favorita”, y agrega Kelly que no era posible persuadir a la mujeres embarazadas de permanecer en sus hogares, motivo que obligó a disponer oficialmente apartamentos con lo necesario, a fin de asumir la urgencia de un posible parto.  

Los más grandes compositores se vieron atrapados en este torbellino musical. Y no se mostraron tan recatados como para negarse a satisfacer la demanda de obras. A ritmo de bailete se escribían hermosas partituras firmadas por Haydn, Mozart, Schubert, Chopin, Dvorak, Debussy, los Strauss… Pero, como era de esperarse, esta avasallante corriente dancística suscitó un clamor que acusó de inmoralidad a este género musical y a sus compositores, particularmente al primer gran exponente, Johann Strauss padre, a quien los puritanos endosaron las culpas: “Este ser maligno de cuna alemana deprovisto de elegancia, delicadeza y decoro, una práctica repugnante”. Y con todo, no existió manera de revertir esta corriente que ya moraba “en todas las casas, en todos los pianos de Viena”.

En alusión al más joven de los Strauss, en 1852 un periodista francés escribió: “Ha creado más de doscientas piezas, todas son favoritas, a todas se las canta y ejecuta y recorren Europa entera. Los plebeyos y los aristócratas las tararean y las silban y las orquestas y los organillos las tocan… Los vieneses aficionados a la danza lo llevan triunfalmente en andas, y gritan “¡Viva eternamente Strauss!”. El resto de Europa se hace eco del clamor y proclama a su vez “¡Viva eternamente Strauss!”.

… Hace ya tiempo había sido Viena denominada por muchos, la madre de los cafés, especialmente de aquellos que desde el siglo XVII se establecieron firmemente, como es el caso de los venerables Café Sacher y el Café Central. Sí. Los antiguos y emblemáticos cafés que en algunas partes del mundo han desaparecido, siguen teniendo en Viena un especial encanto polifónico, acorde a los pesados cortinajes de terciopelo, a las nobles maderas de mesas y sillas, y a los formidables espejos que parecen aún reflejar las figuras de singulares personajes como el hondamente austríaco Sigmund Freud, el hondamente ruso exiliado en Viena León Trotsky, y una lista singular de espíritus superiores que, sin ninguna duda, han contribuido a que hoy los cafés de la entrañable Viena, sean Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

amparo.gberumen@gmail.com