Navegar / buscar

La Sensualidad de la Razón

Amparo Berumen

Creé la lengua de la boca que los hombres desviaron de su rol,

haciéndola aprender a hablar… a ella, ella, la bella nadadora,

desviada para siempre de su rol acuático y puramente acariciador.

Vicente Huidobro (de su Altazor).

La sutil comunicación investida a través del olfato nos mantiene venturosamente vinculados a todo cuanto nos rodea, y es diez mil veces más sensible que el sentido del gusto, debido a que cada célula nerviosa de la nariz es una pequeñísima ramificación del cerebro, por ello los olores se transmiten con una rapidez inusitada poniendo en alerta todos los sentidos y los ejes del pensamiento. Por lo delicioso de la escena en la imaginación, no será nunca un exceso repetir cuantas veces se quiera, que al jugar con Marco Antonio los juegos de la seducción, Cleopatra cubrió su dormitorio con una alfombra de pétalos de rosas… “Y despierta en mi olfato sensaciones de cosas entrevistas”.

En las prácticas medicinales de las antiguas civilizaciones fueron cardinales las sustancias aromáticas. Hipócrates decía que en la naturaleza había un alivio para cada padecimiento, y que el camino a la salud era darse un baño balsámico y un masaje con esencias cada día. Hay testimonios que se remontan a 4,500 años a. de C. acerca de cortezas, resinas y especias aromadas, y de untos fragantes en la medicina, la liturgia y el arte de embalsamar. Por su extendido uso en farmacología y terapéutica, se cree que la aromaterapia nació con los antiguos egipcios. Baste recordar el conocimiento que tenían del valor culinario de las sustancias aromáticas, y del proceso de embalsamamiento en el que usaban aceites esenciales.  

En la antigüedad, los sumos sacerdotes y alquimistas archivaban con celo fórmulas secretas que probaban la preparación de pócimas medicinales, y la combinación de esencias para obtener desde el más delicado, hasta el más sensual de los perfumes, siendo el kyphi uno de los escogidos, del que Plutarco escribió: “El olor de este perfume penetra en el cuerpo por la nariz. Hace sentirse bien y relajado, la mente flota y uno se encuentra en un estado de ensoñación de felicidad como si estuviera escuchando una música hermosa”. Estas elucubraciones pudieran arroparse en los jeroglíficos de los antiguos egipcios que revelan un extenso vocabulario para la nariz y para los diferentes aromas que eran clasificados por NOTAS. Sí. Los perfumistas religaban notaciones en armonía para crear un perfume, circunstancia que parece recrearse cuando se compone una partitura…

Lucrecio, autor del gran poema De la naturaleza de las cosas, ilustra a través de milagros ópticos y acústicos, lo que vale para todos los sentidos y más aún, el dar olor y oler, urgiendo a crear ambientes ESPACIALES, da forma al modelo del mundo lucreciano: lo óptico y lo acústico quedan reunidos en lo olfatorio, constituyendo estos simulacros la unidad que encierra las cosas y su percepción. La Naturaleza es entendida por el poeta romano como un medio emanante:

De las cosas seguras emanan olores ininterrumpidamente;

y como el frío del río, el calor del sol, de las olas del mar

la espuma, que devora los muros en torno a las riberas,

y como la algarabía de voces tampoco duda en vagar

por los aires, así la humedad que sabe a sal llega a la boca

cuando nos paseamos por la playa…

Así una emanación de todas las cosas a salir se apresura

y se extiende por doquier en todas las direcciones

y no hay pausa ni descanso en ese fluir,

ya que sin cesar rastrear todo y todo siempre

ver, oler y oír se nos ha dado.

El olfato representa el setenta por ciento del gusto, y al infiltrar el goce de los sabores se sitúa como punto de privilegio en el regodeo de lo gustativo. Tiene tal poder este sentido prócer, que sobre el paso del tiempo podrá prolongarse en el inconsciente el registro de un olor determinado, hilvanado a un hecho determinado, así venga desde la infancia, como será el olor a pan recién hecho, el olor a tierra mojada, el olor a libros viejos…

El código de lo olfativo va ligado al instinto, a las clarividencias del pensamiento. A través del olfato se ingresa al lenguaje de los sentidos donde florecen y se expanden las formas. Oscilaciones imprevistas, vitalmente autónomas, de un regadío interno impregnado de sensaciones y deseos que se perpetúan en la memoria.

amparo.gberumen@gmail.com