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La Señora del Tepeyac

Amparo Berumen

Bien puede decirse que el 12 de Diciembre, día de la virgen de Guadalupe, es en nuestro país una fiesta nacional. Animadas por las danzas autóctonas y Las mañanitas, estas celebraciones han permanecido y permanecen ligadas al imaginario colectivo, sin importar al cabo si se es fanático, apenas creyente, o simplemente escéptico. Permanecen con su esencia prehispánica, porque dicha conmemoración nada tiene que ver con el cosmopolismo que destruye la memoria y las raíces culturales, y lleva a los pueblos a la vulgar monotonía…

Esto me recuerda la parábola de la virgen provinciana y la virgen cosmopolita que Carlos Monsiváis puso en su Nuevo Catecismo para Indios Remisos, obra como ninguna que –dice Sergio Pitol–, “se recrea en los duros tiempos en que la Nueva España se transformó en un escenario donde, con fervor, con denuedo, con piedad extrema, pero también, ¿por qué no decirlo? con poco cerebro y frecuentes llamaradas de demencia, la catequesis hizo su aparición en los territorios recién conquistados”.

He aquí la parábola: “Una virgen provinciana viajó a la gran ciudad a despedirse de su proveedor anual de obras pías que creía tener una leve enfermedad. Mientras lo buscaba, una virgen cosmopolita se desconcertó ante su aspecto conventual y misericordioso. “¿Tú qué sabes hacer?”, le preguntó con arrogancia. Tímida, la provinciana contestó: “Nunca tengo malos pensamientos, y sé hacer el bien, y me gusta consolar enfermos y…” La cosmopolita la miró de arriba abajo: “¿Y en cuántos idiomas te comunicas con los ángeles?” Reinó un silencio consternado. Animada por el éxito, prosiguió la feroz inquisidora: “¿Puedes resumirme tu idea del pecado en un aforismo brillante?” Tampoco hubo respuesta. Exaltada, segura de su mundano conocimiento de lo divino, gritó la virgen cosmopolita: “¡Que me parta un rayo si ésta no es la criatura más dejada de la mano de Dios que he conocido!” Se oyó un estruendo demoledor y a su término la virgen cosmopolita yacía en el suelo, partida literal y exactamente en seis porciones. Con un rezo entre dientes, la virgen provinciana se despidió con amabilidad de los restos simétricos, prometiéndose nunca desafiar, ni por broma, a cielo alguno”.

Hoy pocos ignoran que México es un país hondamente apegado a sus tradiciones. Y que sólo donde existe y se cultiva una cultura fundada en el ORIGEN, se pueden asimilar los saberes universales. ¿Nos hemos preguntado nosotros de dónde vino el nombre de Guadalupe? “¿Cómo puede explicarse –inquiere Gutierre Tibón– la extraña circunstancia de que la virgen del Tepeyac se llame precisamente como la Patrona de Hernán Cortés y de los extremeños que combatían con él? ¿Por qué tomó el nombre de Nuestra Señora de Guadalupe en Extremadura?”.

Los estudiosos del tema explican que el nombre es esencialmente español, que tiene una cercanía fonética con aquel que Ella pronunciara en lengua náhuatl a Juan Bernardino, y que la Señora morena del Tepeyac es la Patrona de los mexicanos porque “en el espíritu y en la carne de los dos mundos su nombre suena familiar en castellano y tiene también una mística significación en azteca”.

Los nahuatlatos han dado también innumerables interpretaciones al nombre de Guadalupe. Un insigne teólogo lo hacía derivar de Quatlalapan, vocablo compuesto de cuahuitl árbol; tlalli tierra; atl agua; pan en. Y afirmaba el anciano que este nombre contenía los elementos más abundantes del paraíso (los árboles, la tierra, el agua) y por ello la virgen de Guadalupe podía ser tanto como la virgen del Paraíso. ¿Estaría hablando de la Xochipitzahuatl, la flor menudita, la de la tierra?

Otro versado anota que Guadalupe viene de Tecuantlanopeauh, que quiere decir “la que tuvo origen en las cumbres de la peña”, subrayando que Juan Diego la encontró allá en lo alto, en el cerro del Tepeyac. Y sugiere además la enunciación Tecuantlaxopeuh, “la que ahuyentó a los que nos comían”, refiriéndose acaso a los sacerdotes de Huitzilopochtli y a los dioses paganos huidizos de la fe cristiana.

Es bueno tener presente que el nombre de la virgen extremeña llegó a América en 1493, cuando Colón rebautiza con el nombre de Guadalupe, a la isla antillana Karukera (la isla de las bellas aguas). Y relata la Historia que el conquistador Hernán Cortés murió con una estampa de la Señora de Guadalupe en sus manos. Leamos, de Pedro Casaldáliga, dos fragmentos de su Romance Guadalupano:

Señora de Guadalupe,
patrona de estas Américas:
por todos los indiecitos
que viven muriendo, ruega.
(…)

¡Ya basta de procesiones
mientras se caen las piernas!
Mientras nos falten pinochas
¡te sobran todas las velas!

Mito o creencia, la tradición guadalupana cuenta más de cuatro siglos. Y permanece inexorablemente ligada a los días aquellos en que llegaron las primeras noticias procedentes del Golfo de México, en relación a la presencia de unos seres extraños que traían consigo instrumentos lanzadores de fuego. Y fue en los días aquellos, cuando en el corazón del Señor Motecuhzoma nació entonces la angustia…                                                               

amparo.gberumen@gmail.com