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La plena conciencia

Amparo Berumen

Siento el calor del viento en las espumas.

Vinicius de Moraes.

Estando como tantas veces a orillas de la Laguna de Tamiahua, veía los pelícanos volar, planeando a veces y a veces batiendo las alas, y luego volver a un pequeño muelle y de nuevo volar y volver. Y veía entre el ramaje de un viejo mangle, un pajarillo saltar de la rama a la hierba y otra vez subir. Repetida la misma escena frente a mis ojos, pensé cuán fácil era en esos instantes adivinar lo que vendría…

Abstraída en aquel divertimento, cerré el libro que estaba leyendo y lo puse a mi lado sobre el periódico. Permanecí ahí sin medir el tiempo, dilatada la pupila en la amplitud de las aguas. Esas horas de verde y viento marino en que la lejanía de lo urbano permite escuchar otros sonidos, no las cambio por casi nada los fines de semana.

Laguna de Tamiahua, estampas con mucho azul y a veces nubes y gaviotas. Voy andando de vuelta hacia el fogón donde me espera una comida venturosa a cielo raso y a vuelo de pájaro. Enfrente mío yace vencido sobre un platón, un heroico pescado con olor a huapango y especias, que me recuerda quizá sin razón obvia El rodaballo de Günter Grass…

La hora de la comida está imbricada por igual en el placer y en la meditación. Buda recomendaba no sacrificar ningún ser sensible para comerlo. Y el Corán ha prohibido comer carne de cerdo sin aducir razonamiento. ¡Ay! pero éste no es el Paraíso celestial, sino el paraíso terrenal un lugar “de deseo”…

La cocina es un referente cultural, un espacio divulgativo donde todo huele y es táctil; es una señal de identidad que alimenta nuestra memoria porque cocinar es también pensar, es también hablar. Ya dijo Savater que comer bien es “una gozosa religión pagana”. Compensaré el goce del sabor haciendo mil reverencias frente a la mesa, a la manera de los huaxtecas. Y sorberé con devoción la sangre de maguey de los aztecas.

Con el soplo del viento sabores y formas se conciertan. Las aguas de la laguna continúan su vaivén ondulatorio. Arriba parlotean las gaviotas. Las imágenes se esparcen: parecen diluidas, sacudidas, desolladas, centelleadas, luminiscentes, se desprenden, se deslizan, se reimponen, resbalan, chocan, me excitan, son espiradas, son matutinas, son nocturnas, son recibidas por los gozosos sentidos…

El viento del norte con olor a mar, separa flotantemente las páginas del libro sobre la banca. La tarde se va. Un traslúcido velo nocturnal tejido de viento y humedad se extiende envolviéndolo todo. Duermen ya las gaviotas y fantasea mi enagua como todas las veces a esta hora. Miro y vuelvo a mirar el contoneo de las aguas…  

Vibra el silencio, vaho

de presentida música,

invisible al oído,

sólo para los ojos…

Sólo para los ojos

esta luz y estas aguas,

esta perla dormida

que apenas resplandece.

¡Todo para los ojos!

Y en los ojos un ritmo,

un color fugitivo,

la sombra de una forma,

un repentino viento

y un naufragio infinito.

La plena conciencia puede parecerse al hecho de colocar una lente de aumento sobre actos y pensamientos, mas no con el fin de encontrar yerros y exponerse a que lo pasado controle lo presente, sino para ver, al menos, una calle o una casa (¿una persona?) tal como son. No han de cambiar sólo porque hoy cambie mi percepción. No. Y no dejaré que lo pasado se empañe en lo presente.

La laguna persevera incólume y serpentina. Es fácil adivinar que volveré una y otra vez a este lugar íntimo. Tan fácil como se adivina en su ir y venir el vuelo de los pelícanos. Y el ritornello del pajarillo entre la hierba y el ramaje del viejo mangle.

*Lago (fragmento). Octavio Paz.

amparo.gberumen@gmail.com