Navegar / buscar

La historia y la cuarta transformación.

Antonio Sánchez González.

Médico.

Los mexicanos de las últimas generaciones aprendimos historia nacional a través de los fascinantes relatos que teníamos que leer en los libros de texto gratuitos que nos entregaba la Secretaría de Educación Pública y cuyo germen está en las páginas del México a Través de los Siglos, la obra que Porfirio Díaz encargó a Vicente Riva Palacio y otros escritores liberales durante su primer mandato presidencial, cuando comprendió que el país necesitaba tener conciencia histórica.

Esos textos oficiales, muestran a los personajes históricos mexicanos en alguno de dos extremos: podemos encontrar figuras deslumbrantes, inmaculadas, con personalidades, virtudes y poderes casi bíblicos, como en los casos de Hidalgo, Juárez, Madero, Cárdenas, Juan Escutia, Cuauhtémoc y algunos otros, y en el extremo contrario hay villanos con caracteres despreciables, representados con todas las aptitudes necesarias para ser malos de cuento: Cortés, Iturbide, Santa Ana, el mismo Díaz y Huerta. En la historia de México no hay personajes humanos. Hay pocos buenos y muchos malos.

En nuestra historia oficial Hidalgo aparece como un apuesto cura de pueblo de ojos claros que un buen día dejó su apacible parroquia en la que consentía a todos sus feligreses y se lanzó a participar en una conspiración que finalmente lo puso al frente de un movimiento en pos de la libertad de todos los mexicanos menesterosos al son de las campanas, montado en un caballo blanco y acompañado por la Virgen de Guadalupe. La historia oficial no dice que Hidalgo no solamente no quería la independencia de México, sino que además su caótica conducta durante los 4 meses previos a su aprehensión le llevó a autonombrarse “Generalísimo de las Américas” y a un pleito con Allende y los otros primeros participantes de esa revuelta que les condujo a enfrentar pelotones de fusilamiento.

En la historia oficial, Juárez parece ser el único niño indígena que siguiendo una visión abandona un hato de borregas a la mitad del cerro para ir a buscar el conocimiento y la ilustración que lo llevarían a punta de pura perseverancia y sacrificios a ser el único presidente incorruptible que ha tenido México hasta la fecha, el mismo que salvó al país de las amenazas extranjeras. Ese mismo cuento no dice que el mismo Juárez violó la constitución cuya promulgación él mismo promovió y se reeligió en la presidencia a través de procedimientos amañados, pasando por encima de las llamadas de atención del Congreso de la Unión y de sus ministros, al punto de acabar enfrentado con algunos de ellos.

La imagen de Madero en la conciencia de los mexicanos no es la del ingenuo personaje afecto al espiritismo, que fue incapaz de gestionar un gobierno que se vio obligado a encabezar de manera prematura ante la muy rápida e inesperada renuncia del general Díaz a la presidencia; la misma ineptitud que lo llevó a ser asesinado de dos balazos en la cabeza sin alcanzar a cumplir su sueño de reivindicar al pueblo de México, abusado por los ricos hacendados que medraban el país.

De todos estos personajes se conocen algunos pocos textos escritos de su puño y letra en el que se pueden adivinar sus ideas y sentimientos de primera mano. A todos los conocemos a través de la interpretación que cada régimen, desde Díaz, ha querido.

El presidente electo ha citado a Hidalgo, Juárez y Madero como los artífices de las tres transformaciones que ha sufrido México. “Olvida” que no fue Hidalgo quien buscó la independencia, no fue Juárez quien le dio conciencia nacional a México y no fue Madero el intelectual que dio coherencia a la Revolución Mexicana.

Desde ese punto de vista, la Cuarta Transformación parece ser otra parte de la historia mexicana que ahora debemos aprender a apreciar a través de la nueva Coordinación Nacional de la Memoria Histórica y Cultural de México que encabezará Beatriz Gutiérrez Müller.