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La Comedia Humana

Amparo Berumen

Diciembre es un mes que invita a la reflexión, a la recordación, al recuento de lo realizado y lo aplazado. Diciembre invita al acercamiento amistoso, a los buenos modales, al buen comer. ¿Invita a leer? Inmersa en éstos y otros pensamientos, quedo súbitamente detenida en una especie de visión cosmogónica y mundana que me aleja del recogimiento…

Dicta la buena mesa que cortar con pulcritud una perdiz sazonada en el horno prócer no ha sido jamás empresa fácil para los principiantes. En Francia, en pleno siglo XVIII, la tarea mencionada exigía destreza y artes sutiles. Estupefactos quedaron los invitados en el comedor de una familia, ante el arrojo de un concurrente plebeyo a quien encomendaron la honrosa misión de dividir una de las perdices dispuestas para la cena. Presto empuñó el cuchillo, y “recordando a Hércules, más ciertamente que a Ganímedes”, sin consideración rasgó las carnes y los huesos de lo que prometía ser un manjar de dioses. Rompió además el plato y el mantel y el nogal de la mesa. Aquel invitado forzudo se llamaba Bernardo Francisco Balsa, casado con Ana Carlota Laura Sallambier, hija de un acaudalado fabricante de paños. Tuvieron cuatro hijos, uno de ellos, Honoré, escribió la Comedia Humana.

Cuenta la historia que la vigorosa y superrealista pluma de Balzac, daba por momentos “la impresión de haber sido tallada por el cuchillo de su vehemente progenitor”. Y será él, Honoré, quien reoriente la intención de estas líneas. El conjunto de La Comedia Humana es literalmente el relato de la vida en el siglo XIX en que todos estarían referidos. “Todo un siglo sobre un mural con sus Escenas de la Vida Privada, y sus Escenas de la Vida Militar, y sus Escenas de la Vida de Provincia, y sus Escenas de la Vida Parisiense” escritas con la capacidad de mostrar “todas las pasiones, de inmovilizar todos los anhelos y de imponer una jerarquía mental a todos los caracteres.”

Como regalo de Navidad para usted, pongo aquí dos fragmentos:

El primero, de Un hombre de negocios, Escenas de la Vida Parisiense: “Jamás ha perdido el oro la menor ocasión de mostrase estúpido. Podrían contarse hoy diez Venecias en París, si los comerciantes retirados hubiesen tenido ese instinto de las grandes cosas que distingue a los italianos. Aun en nuestros días, un negociante milanés lega muy bien quinientos mil francos al Duomo para el dorado de la Virgen colosal que corona la cúpula. Canova deja ordenado a su hermano, en su testamento, la erección de una iglesia de cuatro millones, y el hermano añade algo de su parte. ¿Se le ocurriría jamás a un burgués de París (y todos tienen en su corazón, como Rivet, un amor por su París) elevar los campanarios que les faltan a las torres de Notre-Dame? Ahora bien, contad las cantidades recogidas por el Estado de las sucesiones sin herederos. Se habrían podido terminar todos los embellecimientos de París con el valor de las tonterías en cartón piedra, en pasta dorada y en falsas esculturas…”

El segundo fragmento, de Estudios Filosóficos, La búsqueda de lo absoluto: “Tal vez habría que grabar en el Evangelio de las mujeres esta sentencia: ‘Bienaventuradas las imperfectas, porque de ellas es el reino del amor.’ Indudablemente, la belleza debe ser una desgracia para una mujer, pues esta flor pasajera entra en una proporción demasiado grande en el sentimiento que inspira. (…) Por eso, los amores más célebres en la Historia fueron casi todos inspirados por mujeres a quienes el vulgo habría encontrado defectos. Cleopatra, Juana de Nápoles, Diana de Poitiers, la señorita de la Valliére, madame de Pompadour, en fin, la mayoría de las mujeres que el amor ha hecho famosas no carecían ni de imperfecciones ni de achaques, mientras que la mayoría de las mujeres cuya belleza se nos cita como perfecta vieron terminar desgraciadamente sus amores. Esta aparente singularidad debe de tener su causa. Tal vez el hombre vive más por el sentimiento que por el placer. Tal vez el encanto totalmente físico de una bella mujer tiene límites, mientras que el encanto esencialmente moral de una mujer de belleza mediocre es infinito. ¿No es ésta la moraleja de la  fábula en que se basan las Mil y una noches?”.

En Otro Estudio de Mujer, Escenas de la Vida Privada, Balzac nos dice: “El amor único y verdadero produce una especie de apatía corporal en armonía con la contemplación en la que se está sumido. Entonces la imaginación lo complica todo, trabaja sobre sí misma, se trazan fantasías de las que hace realidades y tormentos; y estos celos son tan encantadores como dolorosos”.

… La pluma de Honoré deja un sabor fuerte al plasmar las fragilidades, las fortalezas, las ambigüedades de las “especies humanas”. Estas páginas asumen con toda justicia “la vetustez venerable de los caros papeles”. La comedia humana la seguiremos escribiendo todos nosotros cada día, hasta el último. Feliz Navidad.

amparo.gberumen@gmail.com