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Jazz Jazz

Amparo Berumen

…y el viento empañaba espejos

y quebraba las venas de los bailarines.

Lorca.

Los que saben de música dicen que es más fácil hacerla que escribirla. Que si el proceso de la composición puede ser rápido, notar la música será siempre una tarea compleja. Y si se piensa en la evolución de este arte, es de suponer que la primera melodía haya tenido sólo una nota. Algunas culturas tienen, aún hoy, cantilenas que no son sino eso. El surgimiento de una segunda nota significó por tanto un gran avance. Situada justo a un intervalo mínimo debajo de la primera, tal descubrimiento fue considerado como el intervalo ‘natural’ de la música. Es el retumbo del canto del cuco; es el que emite la madre cuando arrulla a su hijo; es el que hace un niño al llamar a su amigo… No en vano se ha dicho siempre que los sonidos inspiran reacciones. Reacciones de dolor, de placer, de nostalgia en las profundidades del alma. Beethoven requería que el sonido ocupara siempre un centro que sólo contuviera calor, no sustancia. Ya hemos de pensar entonces por qué la música inspira reacciones.

Pienso en ello mientras escucho el disco Bailarín de arena, de Dave Hassell y Andy Scott, regalo del también gran músico Evaristo Aguilar. Me infiltro en esta harmonía cautivadora: campanillas, avecillas, centelleo cristalino unido a la voz de un niño. Escucho otros temas y leo que ésta es una reflexión íntima de las experiencias musicales de ambos creadores, un viaje que plantea improvisaciones libres, arreglos de temas estándar de jazz y composiciones originales. Y es verdad: no se caracteriza el jazz por seguir con fidelidad la notación de una partitura. El jazz es invención, es improvisación. Es potestad en la ejecución sobre una determinada estructura armónica que se reinventa y se reinterpreta como un acto sensual, como una puesta en libertad que se viene y se va. Contrabajo y saxo, inventiva enajenadora que me deja íntima. Me vengo y me voy saxofón voz de hombre, saxo tenor. Me voy y me vengo percusión-corazón, aleteo dúctil movedizo…

Pienso en Nueva Orleans y también en Storyville, su barrio de luz inquietadora. Puerto salvaguardia de los músicos empleados en los grupos de sus innúmeros burdeles; música ruidosa y feliz surgida de marchas, canciones y bailes de ese tiempo que arrastraron todo un bagaje de persecución y un vivo anhelo de felicidad, de libertad.

No hay angustia comparable a tus ojos oprimidos,

a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro…*

Música religiosa con su fantasía melódica y su mensaje esperanzador, bíblico, que encierra la grandeza y la tragedia del pueblo afroamericano nacido con una virtud especialmente orientada a lo cadencioso musical. El clarinete y el trombón y la percusión y la trompeta develan los sonidos melancólicos del blues con su lamento rural, recuerdos introspectivos del esclavo negro en una tierra lejana que no es suya. Música que se distingue de la decente por su entrega honesta e incansable, cimentada en las virtudes improvisativas de unos músicos que tocan casi siempre de oído. Músico negro que había oficiado la extraña unión entre lo europeo y lo africano, revitalizando la tradición musical de Occidente. Porque el jazz ya estaba allí! Estaba allí con sus variedades dialectales. Llegó en su minuto índice y todas las horas son la misma y todas las notas son la misma, y no son la misma…

Sí. En esta historia tiene Nueva Orleans un lugar aparte: King Oliver y su discípulo Louis Armstrong ayudaron a cambiar la naturaleza del jazz. Pronto le llegó el fin a la desatendida naturalidad de los primeros tiempos. De bailes populares pasó a ser el jazz un arte de solistas virtuosos, pero los músicos de corte clásico no entendieron tan bien como la gente de las calles, sus hondos orígenes sociales. Y acaso sin pensarlo, los compositores europeos fueron adoptando esta nueva forma expresiva, sensitiva, libre.

En todo esto pensaba yo en el atrio del Museo de Arte del Condado de Los Ángeles (LACMA), durante un recital de jazz al aire libre auspiciado por la Universidad del Estado de California. Pensaba en esto mientras sorbía mi vaso de vino y aspiraba el humo incitante de los cigarrillos.

… Y aquí me encuentro en mi estudio otra vez hoy, con Hassell y Scott: su disco maravilloso bailarín de arena, nostalgia de lo hondo en la luz que cae, me ha llevado a la república de los recuerdos. Estos sonidos luminosos seguirán esparciéndose en mi entendimiento como polvo de estrellas… 

*Lorca.

amparo.gberumen@gmail.com