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HASTA LAS ÚLTIMAS CONSECUENCIAS

Jaime Santoyo Castro

Con mucha frecuencia, particularmente cuando sucede algún acontecimiento trágico o delictivo, que aparentemente puede ser imputable a una o varias personas, escuchamos con energía a las autoridades del caso, declarar que se va a investigar y se va actuar “hasta las últimas consecuencias”, pero lamentablemente la población en general, que se enteró de esa promesa, nunca se entera de cuáles fueron las últimas consecuencias.

La palabra última, según el Diccionario para Juristas de Juan Palomar de Miguel, se refiere a aquello que no tiene otra cosa después de sí en su línea.

Consecuencia, según el mismo Diccionario, es el hecho o suceso que se sigue o resulta de otro. Esta expresión, entonces, hace referencia a alguna cuestión en particular asegurando que no se quedará nada pendiente por hacer para resolverla.

Si una persona concibe una idea, un propósito, un compromiso, una medida, una acción, hasta las últimas consecuencias, hace todo lo posible y no se detiene ni se frena ante ningún obstáculo, caiga quien caiga; no está dispuesto a ceder bajo ninguna circunstancia sino que realiza aquello que se propuso a pesar de todo y asumiendo todas sus consecuencias, incluso si éstas son negativas o devastadoras. Alguien así emprende su camino sin dar marcha atrás y acepta los resultados más extremos de sus acciones.

En el ámbito político o de la administración pública la hemos oído de parte de las autoridades en casos relacionados con la comisión de delitos, en accidentes carreteros, en choques de trenes, y/o del metro, en explosiones de minas, en caídas de puentes, en explosiones, en incendios de guarderías, bares, u otros lugares públicos, en terremotos que generan caída de edificios, lesiones y muertes, en actos de corrupción de funcionarios que causan daño al patrimonio público, etc. etc., pero pocas veces sabemos hasta dónde se llegó, lo que deja en el aire la idea de que no se tocó el final del proceso; es decir, la frase sólo sirve para salir bien librados.

En el siglo XVIII, la expresión que se usaba era la de “llegar a las escurriduras”, la cual se utilizaba prácticamente cuando ya nada quedaba por hacer, según el historiador español Alfred López. Esa expresión se hizo muy popular y se derivaba del vocablo “escurrir”, haciendo referencia a la última gota que queda de algún líquido en la copa o en el vaso.

El intentar apurarlo no servía para nada, de ahí que se le diera tal significado. En todo caso, convendría que se reflexionara bien al manifestar esa expresión, porque no deja de ser un compromiso que habrá que cumplir; ¿o no?