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Habitando los días

Amparo Berumen

Quizá yo he creado las estrellas y el Sol
y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Borges, La casa de Asterión.

Tras las fiestas recientes la quietud vuelve a casa. Las paredes y las cortinas y las tazas en la cocina aún conservan el aliento feliz de la familia. El inocente alborozo de los niños celebrando un juguete se perpetúa en los rincones, y en la memoria la conversación, los sabores. Cuánta magia se oculta en el restaurado silencio de la casa; cuánto goce caminarla descalza. La madera relatora de instantes me hace olvidar las gruesas vestimentas de invierno y, como las uvas, su calor se enreda a mi entendimiento provocando tendencias que incitan la lenidad del cuerpo… Piso los pensamientos de mi sombra/ piso mi sombra en busca de un instante –decía Octavio Paz…

¿Será cierto que las casas observan, hablan? Los instantes se contradicen, se reconcilian, y el aroma del café por la mañana irrumpe en la recámara. Sí… lo mismo de siempre: las escaleras silenciosas, las puertas que dan acceso a la cocina o al pasillo o al rincón más querido donde están mis libros. Estampas que se empalman a otros años con sus memorias: el álbum de las fotos, el Cannon de Pachelbel, el olor a pan recién hecho. Y las ventanas, ¡ay! las fieles ventanas con sus viajes incuestionables.

Si imagino, viajo –escribió Pessoa: “¿Viajar? Para viajar basta con existir. Voy de día en día, como de estación a estación, en el tren de mi cuerpo, o de mi destino, asomado a las calles y a las plazas, a los gestos y a los rostros, siempre iguales y siempre diferentes, como, al final, lo son todos los paisajes. Si imagino, viajo. ¿Qué más hago si viajo? […] La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos”.

César Vallejo creía fielmente que una casa no viene al mundo cuando se construye, sino cuando se empieza a habitar, porque se nutre de la vida de sus moradores. Y cuando todos han partido, en realidad todos se han quedado, no es el recuerdo de ellos lo que queda, sino ellos.

En lo callado de la casa, el uno de enero y los días subsiguientes se avizoran cual libro en que empiezan a escribirse las primeras páginas. Los sueños se recomponen en mente y corazón, los proyectos en los espacios. A la manera de Whitman se pueden observar las estrellas, se puede reflexionar en la clave de los universos y del futuro. Las lunas, los soles, los planetas, los tiempos se entrelazan. Las distancias entre lugares e idiomas y los cuerpos vivientes se entrelazan. La vida y la muerte y el futuro en la palabra de Neruda se entrelazan:

“Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce. Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre el blanco a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos. Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos. Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo, quien destruye su amor propio, quien no se deja ayudar. Muere lentamente, quien se queja de la lluvia incesante, quien abandona un proyecto antes de iniciarlo, quien no responde cuando le indagan sobre algo que sabe. Hay que evitar la muerte en suaves cuotas, recordando que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar…”

Mi casa está al norte de la ciudad, es una de esas casas con muchas macetas y un horno benévolo. Y un piano. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo. Por las tardes voy y vengo descalza, me sirvo un vaso de vino para oír música en silencio, miro siempre por la ventana y me quedo allí sin propósito alguno. O tal vez sí…

amparo.gberumen@gmail.com