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Emociones Pintadas

AMPARO BERUMEN

La pintora tampiqueña Olga González nos presentó hace unos años, en el marco de Café Cultura, su exposición de arte objeto Diálogos de Asombro. Colección de huevos de avestruz pintados en técnica mixta, con motivos de astrología y paisaje y otros parajes. Ya pueden verse en esas superficies circundantes las estrellas en el firmamento; ya el perpetuo portal de la mandarina; ya las escamas tornasoladas en la cola de una sirena. Concibo una lluvia de oro que me evoca a Dánae o a los hermosos árboles; los visos ocres del dulce noviembre o las más sugerentes líneas de mujer adherida su piel a esa curvatura milenaria. Mujer nemorosa mujer árbol mujer sueño mujer piel mujer…!

Los huevos de avestruz han sido siempre pintados de antigüedad, de polvo. De su emblemática esencia hicieron los egipcios vasijas con inscripciones que no borró el tiempo. Se escribió en ellos con signos primigenios, se esculpieron las imaginaciones de los creadores, los han portado en sus collares las mujeres… Y Olga vuelve otra vez a estas superficies con sus trazos divagadores que han llevado en su vuelo las gaviotas. Líneas de viento y nube, de follajes azules como el sueño que no se cumple y que se cumple. Vuelve otra vez la pintora con sus siluetas pendiendo del deseo, y todo sucede en los irremplazables sentidos. Sucede lo que tiene que suceder y lo que no… Leamos Rafael Guillén:

Ella vendrá, saladamente húmeda,

tenuemente velada

por el polvo de agua que liberan

las olas al romper.

Uno por uno, intento

ir forzando los límites. Y espero.

No sé qué espero, ni por qué. Es un modo

de reclamar mi parte de aventura…

La historia de la humanidad se ha escrito en ilación a la fértil curvatura del huevo y a todo lo que de ella se despliega. Una muestra es la alegría de regalar huevos cuando llega la pascua con su aroma de primavera. Esta costumbre viene de antiguo y encierra en su simbolismo los Cuatro Elementos que hacen posible la vida. 

Y al estar hablando hoy del arte objeto y de la historia de los pueblos, bien vendrá recordar que algunos años previos a la Revolución Rusa, San Petersburgo había sido escenario de una revolución distinta e imaginativa, originada en el taller de Peter Carl Fabergé, orfebre que transformó para la historia el universo de la joyería de ese tiempo, al crear piezas excelsas. Este singular personaje adhirió a su cultura imágenes de otras culturas al heredar a temprana edad el taller de su padre, emergido en esa ciudad añeja, entrañable. Y las piezas creadas, entre las que descuellan los famosísimos huevos Fabergé, fueron estrellas iridiscentes en el firmamento de la joyería de la época.

Fruto de los caprichos del zar, los cincuenta y seis huevos imperiales y los veintitrés semi–imperiales que se elaboraron en metales preciosos con incrustaciones de zafiros, esmeraldas, rubíes, diamantes y refinadísimos esmaltes, para conmemorar aniversarios reales como la coronación del zar Nicolás o la inauguración del Ferrocarril Transiberiano, pasaron a ser testimonios del arte y la historia de Rusia. Estos testimonios tuvieron su inicio en 1884, justo cuando el zar Alejandro III regala una de estas creaciones a la zarina María, con motivo de la Pascua, conmemoración también relevante en el calendario de la Iglesia Ortodoxa rusa. Sí. La fiesta de la pascua que los judíos celebran como símbolo y los cristianos como realidad, y la vivifican los niños con feliz merodeo y el consiguiente hallazgo de los huevos con sus pequeñas sorpresas, fue inspiración de regalos excéntricos en la Rusia de aquella época. Otro ejemplo notable es el Huevo Azul de Invierno que el zar Nicolás II regaló a su madre en la pascua de 1913, elaborado en tres etapas, en oro de 24 kilates. Esta pieza se complementó con 1500 zafiros que –se cree–, debieron ser parte de un huevo original, pero su creador habría muerto antes de concluir la pieza.

Con la modalidad de regalar huevos estéticos, en el siglo XVI había hecho furor en Francia la idea de decorarlos con diseños de artistas afamados. La mismísima Madame Du Barry se fascinó con un huevo recubierto en oro que le obsequiara Luis XV, quien gustaba de agasajar a sus allegados con este obsequio, costumbre que durante la Revolución Francesa se extendió entre el pueblo al representar en el interior de los huevos esas escenas trágicas.

Los Diálogos de Asombro de Olga González, huevos de avestruz pintados en técnica mixta, se encuentra reunida en las páginas de un catálogo alusivo, que igualmente presentamos aquella noche de exposición.

Este 2022, Café Cultura está celebrando 25 años de trabajo imaginativo e independiente, en todos los ámbitos del arte. Nuestra historia continúa…

Me asombran las hormigas que al ir vienen

tan seguras de sí que me dan miedo

porque están donde van sin más preguntas

y aunque asomos de vida son perfectas…


Del poema Asombro, de Eliseo Diego

amparo.gberumen@gmail.com