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El vuelo de Diana

No soy académica, soy cocinera aventurera. Diana Kennedy

Amparo Berumen

El pasado veinticuatro del mes presente, nos dejó Diana Kennedy su adiós postrero… Preservar aromas y sabores de México con una potestad literaria fue su noble y gozosa tarea.

Pese a sus raíces extranjeras, ella dijo siempre que su corazón pertenecía a México. Sus investigaciones y pasión por nuestros cultivos endémicos y nuestra cocina ancestral, nunca cesaron… Y vienen de nuevo a la memoria los gloriosos días de nuestro Festival de Literatura Letras en el Golfo, en que fue casi común encontrar a ilustres escritores que durante la semana discurrieron por las calles del puerto gastando el tiempo.

a otros personajes que estuvieron viniendo cada año como invitados especiales. A propósito de esto último, en medio del barullo que era propicio aquellas noches después de las lecturas, me sorprendió gratamente descubrir entre los concurrentes a la devota investigadora de nuestros goces culinarios, Doña Diana Kennedy.

Un regalo inesperado su conversación casual aquel Noviembre de 2003. Y ella mostró también sorpresa cuando le comenté que conocía sus libros y celebraba su trabajo aromado de rito y creencia. Porque es así nuestra cocina: conciliadora de los sabores y los olores y los pensares solapadores.

Es exploratoria e imbuye en los sentidos lo dulce–amargo, lo ácido–salado, pero también y por fortuna, ¡lo picante! Igual que todo en esta vida… Arraigada en Coatepec de Morelos, Michoacán, lugar localizado a unos minutos de Zitácuaro, Diana es todo un personaje. “A veces sale en bicicleta, es muy deportista, se pone un sombrero de palma para cubrirse del sol” – dicen los pobladores.

Pero ellos no imaginaron que ese lugar, llamado también San Pancho, se convertiría en escenario de un singular encuentro: Carlos, Príncipe de Gales, heredero de la Corona Británica, y Diana Kennedy, investigadora de las manducatorias mexicanas autora de una decena de libros extraordinarios, compartiendo en la mesa los secretos de nuestra cocina autóctona.

Entre la gente se rumoraba que “un príncipe” visitaría el lugar, mas no sabían de dónde vendría ni cuál sería su atención por un pueblo de ochocientas personas. Fue el Embajador de Inglaterra en México quien tuvo la idea de celebrar esta comida, tras visitar el Santuario de las Mariposas Monarca. Dicho encuentro se vio favorecido, dado el interés de estos dos personajes por el cultivo orgánico y el cuidado del medio ambiente. Y mostró el príncipe deseos de conocer esta casa ecológica porque él ha impulsado en Inglaterra la siembra de alimentos sin productos químicos.

La mesa de los comensales fue colocada por la anfitriona a la sombra de una palapa rústica, y no hizo arreglos especiales a su Quinta Diana, porque “esta casa es siempre bella”. De tentación las sápidas alquimias elegidas para esa tarde principesca: la sopa de flor de calabaza con granos de elote, calabacitas cortadas en pequeños cubos, rajas de chile poblano y su rama de epazote.

El frijol blanco con camarón seco, procedimiento que aparece en uno de sus libros: “Este platillo es de origen oaxaqueño, donde el camarón se consume todo el año. Los lugareños no lo consideran como sopa, sino como plato principal”. El dulce fue una invitante cocada envinada… y el aroma del té.

Doña Diana conoció a su esposo Paul Kennedy en una revolución en Haití cuando él era corresponsal del New York Times para México y América Latina, teniendo como residencia la Cuidad de México. “Llegué a Veracruz en 1957 con 500 dólares y media propuesta de matrimonio” –evocaba sonriente. Y ella se enamoró entonces de nuestras menestras: “Soy simplemente una cocinera aventurera con amor por lo natural que se deleita al descubrir algo nuevo en el mundo infinito de la gastronomía”.

Al morir Paul en Nueva York, ella fue y vino durante diez años hasta que decidió por fin quedarse en nuestro país, para continuar aquí sus ya avanzadas investigaciones. Vigilante de la biodiversidad, la llamada embajadora de la Cocina Mexicana llegó a los más lejanos rincones, a los más íntimos–antiguos fogones, y han quedado inscritas en sus libros las voces de la gente que en sus casas cocina la herencia de la tierra: “Todas esas personas con las que he trabajado me han enriquecido y enseñado la filosofía de la vida, y están muy ligadas a la naturaleza.

Me encanta estar en un pueblo aislado y ver cómo están usando lo que tienen a mano” –dijo en una entrevista. Entre otros galardones, Diana Kennedy recibió en 1981 la Condecoración de la Orden del Águila Azteca; en 2001 la Medalla de Oro de la Asociación Mexicana de Restaurantes y el reconocimiento del CONACULTA Puebla; en 2002 el rey Juan Carlos de España le entregó una presea por difundir en el mundo la Gastronomía Mexicana; ese mismo año recibió el reconocimiento del Gobierno de Canadá y el de la Reina Isabel II de Inglaterra.

A invitación del Club de Industriales, nuestra hermosa Diana estuvo por segunda vez en Tampico en 2009: vino a impartir sus conocimientos y a ofrecer sus gozosas degustaciones. Café Cultura la recibió en el marco de su serie Lecturas en el Café del Teatro, con la presentación de su entonces reciente libro Oaxaca al Gusto, en cuyas páginas tienen su propio espacio los tres ingredientes básicos de la comida oaxaqueña: el cacao, el maíz y el chile.

En la charla de aquella noche literaria en Tampico al inicio citada, la Señora Kennedy me dijo que le había hecho muy feliz la visita del príncipe Carlos: “Vino a comer conmigo porque él es inglés y yo soy inglesa”. Y agregó sonriente: “luego yo fui a tomar el té con él y me llevó a conocer sus jardines”.

Estas frases suyas las escribí en mi libreta de tránsito aquella noche hoy lejana, y de mi pensamiento agregué: No es remoto que en otras fechas invite a Diana Kennedy a hablarnos en Tampico de su pasión por nuestros cultivos, por nuestra cocina. Menos remoto es que algún día la visite en su casa o, al menos, que la encuentre con un sombrero de palma comprando “el mandado” en el mercado de Zitácuaro… IN MEMORIAM.