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El tren maya

Jaime Santoyo Castro

Todas las grandes obras públicas, en cualquier parte del mundo, obedecen a determinadas necesidades colectivas o criterios de autoridad, y previo a su realización han sido vistas con aprobación de una parte y con crítica y oposición de otra.

En México, por ejemplo, los desarrollos de playa fueron impulsados desde Palacio Nacional. Cada Presidente, desde Miguel Alemán, quiso distinguirse creando un desarrollo turístico, y así se generaron las infraestructuras turísticas de Acapulco, Mazatlán, La Paz, Huatulco, y Cancún, entre otras, con los efectos nocivos para el ambiente, y magníficos para la economía y el turismo nacional e internacional. 

Así fue también en la construcción del metro en 1967 que generó mucha discusión e incredulidad por el grado de dificultad que tenía ese proyecto debido a que la ciudad de México estaba construida sobre el lago de Texcoco y la dificultad técnica que eso implicaría, dificultad que fue superada cuando se incluyó la opinión de los expertos científicos y técnicos de la  UNAM, que con su conocimiento impulsaron positivamente la ejecución de esa mega obra. Todas estas discusiones quedaron rebasadas por los beneficios posteriores que esas y otras obras en su mayoría le han acarreado a la población, con algunas excepciones, claro está.

Lo más importante es considerar el entorno general en el que se toma la decisión y se realiza la obra, como es el caso ahora del Tren Maya, que se está haciendo por decisión del Presidente López Obrador, en un contexto de mucha dificultad interna en el país por el crecimiento de la extrema pobreza, la falta de oportunidades de desarrollo, la pandemia y la inseguridad creciente, circunstancias que hacen énfasis en la necesidad del establecimiento de atención a esas calamidades como prioridades nacionales, pero que no pueden paralizar de ningún modo el crecimiento y desarrollo de proyectos benéficos para la nación y menos cuando están orientadas a impulsar y rescatar del atraso a la población de la región del Sureste.

En mi opinión la obra del Tren Maya está pensada para que se convierta en detonador del desarrollo y generar empleo y oportunidades de negocio, para la gente de Chiapas, Quintana Roo, Yucatán, Tabasco y Campeche, considerando que tendrá una longitud de cerca de 1500 kilómetros y 19 estaciones y paraderos, en un recorrido fantástico con tramos por la selva, por el caribe y por el golfo que de seguro atraerá inversión, derrama económica y muchos visitantes, que gozarán  de la belleza de la zona, de la cultura maya, de las tradiciones, la comida y las artesanías de esa región de nuestro país, aunque para que llegue el turismo habrá primero que recuperar la seguridad y la confianza social. 

Los indiscutibles beneficios que traerá la obra no deben estar confrontados con el cuidado de la reserva ecológica y los vestigios de cultura maya, y mucho menos con las opiniones de los expertos, ni con la transparencia; de tal manera que si se escucha y se abre a la población, el proyecto seguramente se enriquecerá y será un éxito.