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El Segundo Sexo

Amparo Berumen

A mediados de enero de 2008 leía yo en la Revista Proceso, en un ejemplar que aún conservo, un pasaje delicioso que relata el viaje realizado por Simone de Beauvoir a nuestro país, en compañía de su pareja, el escritor Nelson Algren.

El texto se había publicado en ocasión de cumplirse ese mes los cien años del nacimiento de ella. Y al celebrarse el Día Internacional de la Mujer, será oportuno recordar una vez más que el 24 de mayo de 1949, abrió sus páginas al mundo El Segundo Sexo, letras de “escándalo y persignaciones conjuradoras” de Simone de Beauvoir, que vendió en las primeras semanas 20 mil ejemplares, quizá porque en esas páginas se dio la “buena noticia” de que ser mujer no es una esencia ni un destino, y que la opresión tiene un estatus contingente.

Aún hoy este ensayo extensísimo ha de seguir provocando ácidas reacciones. Porque aún hoy no se puede afirmar que las oportunidades son para todos, empezando por decir que oportunidad no significa lo mismo que concesión. ¿Cómo haber pretendido que las leyes diseñadas durante todos los siglos por criterios de un solo género, pudieran ser igualitarias? Yo no sé cuánto ha de pasar todavía para que la humanidad marche sus rumbos en línea recta sin distingos.

Aún hoy muchas mujeres siguen padeciendo impensadas vejaciones, y a mí me vienen mucho a la mente aquellas palabras del hermoso Eduardo Galeano, de que “algún mágico día llueva de pronto la buena suerte”. La idea de que hombre y mujer deben ser tratados por la ley con ecuanimidad, parece empezar a ponerse en práctica.

Parece. Porque esa pretendida igualdad jurídica es aventajada por siglos de abuso y discriminación que se traducen en un grave dilema al que se enfrentan las mujeres que trabajan y, más aún, aquellas que por desempeñarse mejor que el hombre, “gozan” de una simulada aceptación.

Estas encrucijadas han ocasionado que un gran número de ellas piense que no les corresponde combatir la iniquidad social y el maltrato. Habría que entender que aquí de lo que se trata es de ennoblecernos, de asumir que no hay retorno sino únicamente UN TRÁNSITO A LO QUE SIGUE.

Mas acaso habría que pensar también que la vida en sí misma es un acto individual. No en vano decía Anais Nin que la vida se encoge o se expande en proporción con el propio coraje… Leamos lo que en su tiempo escribió Simone de Beauvoir: “La mujer aparece como el negativo, ya que toda determinación le es imputada como limitación, sin reciprocidad.

A veces, en el curso de discusiones abstractas me ha irritado oír que los hombres me decían: “Usted piensa tal cosa porque es mujer”. Pero yo sabía que mi única defensa consistía en replicar: “Lo pienso así porque es verdad”.

No era cosa de contestar: “Y usted piensa lo contrario porque es hombre”, ya que se entiende que el hecho de ser hombre no es una singularidad…” Pocos ignoran que filósofos, satíricos y moralistas se gozaron dibujando las “flaquezas femeninas”.

El primer beneficio que Platón agradecía a los dioses era que lo hubiesen creado libre y no esclavo, y el segundo que lo hubiesen creado hombre y no mujer. Para la posteridad este pensamiento de Pitágoras: “Existe un principio bueno que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un principio malo que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer”. Santo Tomás decreta, cual reflejo del Génesis en que Eva fue extraída de un hueso de Adán, que la mujer es “un hombre fallido”, un ser “ocasional”.

Por si algo faltara, he aquí lo que dijo Aristóteles: “La mujer es mujer en virtud de cierta falta de cualidades. Y debemos de considerar el carácter de las mujeres como adoleciente de una imperfección natural”.

Y gloriando esa ideología recomienda este filósofo tocar prudente y severamente a la mujer, para que un cosquilleo demasiado lascivo no le cause un placer que la haga salir de los goznes de la razón.

Tras leer al optimista Aristóteles, veamos ahora lo que dice el íntegro Montaigne:

“Las mujeres no dejan de tener razón cuando rechazan las normas de vida que se han introducido en el mundo, tanto más cuanto que han sido los hombres quienes las han elaborado sin ellas (…) Después de saber que, sin punto de comparación, son más capaces y ardientes que nosotros en las cosas del amor, hemos ido a darles la continencia como su parte”.

Y ya encaminada en estos vericuetos de las citas citables y los filósofos filosofando, pongo aquí como “punto de equilibrio” –¿será cierto, Simone de Beauvoir?– el pensamiento de Jean-Paul Sartre: “Mitad víctimas, mitad cómplices, como todo el mundo”.