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EL DEVENIR DEL DIEZMO

Jaime Santoyo Castro

Nunca los impuestos fueron tan famosos y tan populares como lo ha sido el diezmo, que ha transitado por la historia de la humanidad desde tiempos inmemoriales, sirviendo como nutriente para las actividades de mandatarios civiles y eclesiásticos, y para el desarrollo y construcción de templos y edificios dedicados a la difusión de la fe y la religión.

El diezmo, (del latín decimus, décimo) es una décima parte de algo que se paga como contribución a una organización religiosa o impuesto obligatorio al gobierno. En el ámbito religioso, cada iglesia lo aplica según sus normas, entendido como una aportación de los feligreses para hacer frente a las necesidades económicas de toda la comunidad eclesial, o para ayudar a las viudas, pobres y enfermos.

El apóstol Pablo enseñó que la forma en que lo damos es tan importante como lo que damos, cuando dijo: “Cada uno dé como propuso en su corazón, no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7). Quien daba o da el diezmo, debe darlo con plena convicción de que está agradecido por los bienes y favores recibidos, y con la seguridad de que si cumple, seguirá recibiendo bondades y beneficios.

El Diezmo ha brincado del ámbito religioso o impositivo al ámbito del poder público y lamentablemente se ha vuelto tan popular y común como detestable, pues se ha tornado en un acto de corrupción, que raramente se castiga y por lo general hasta se premia.

Ejemplos hay en muchas partes del orbe, y particularmente en nuestro país, que ya no puede, con sus raquíticos ingresos, sostener los gastos necesarios para la atención de las necesidades básicas de la población, y todavía tener que soportar la sangría que se deriva de los beneficios y/o privilegios que se otorgan a los cercanos al poder que reciben los contratos para construir, remodelar, dar mantenimiento, proveer, dar servicio, quienes se ven obligados a elevar costos, o disminuir calidad y eficiencia para poder pagar los diezmos o los favores recibidos o desprenderse de una parte para asignarla a propósitos personales. Más lamentable es que hasta a los trabajadores, por darles un empleo, se les retenga o se les cobre el favor.

Es un absurdo que implica algo así como que el gobierno recauda impuestos, para pagar impuestos. Generalmente quienes lo pagan son los particulares, los trabajadores, los empresarios, los proveedores, los constructores, Uno de esos casos, fue mencionado hace algunos días por el Presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Senadores, Ricardo Monreal Avila, quien en una entrevista con Adela Micha, mencionó que la Maestra Delfina Gómez, cuando fue Alcaldesa, entre 2012 y 2015, exigió diezmo a los trabajadores del municipio de Texcoco con el objeto de beneficiar a su partido en la contienda electoral, y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación no la sancionó como debía de ser.

Hoy, pareciera que el haber “ayudado” a su partido con la exanción hecha en perjuicio de los trabajadores, la ha convertido en precandidata de ese Partido a Gobernadora del Estado de México. El diezmo, pues; es un mero cálculo matemático que da quien recibe un beneficio, un cargo, un contrato, fundamentalmente de bienes o servicios públicos, y que lo entrega al que, haciendo uso del poder y de la fuerza, otorga concesiones o privilegios y van a parar a su patrimonio personal. Se ha convertido en una aberrante práctica que implica que al que da le van a seguir dando y al que no da, le cierran las puertas y las oportunidades.