Navegar / buscar

El Covid chino

Antonio Sánchez González. Médico

China no sabe de elecciones libres, pero tiene una opinión pública que a veces da señales de vida y cuya movilización puede llegar a ser formidable. Las violentas protestas contra las restricciones sanitarias que se han extendido a ciudades, universidades y fábricas, tras el trágico incendio de Urumqi donde diez personas murieron en un edificio confinado, han obligado al presidente Xi Jinping a abandonar su estrategia Cero-COVID, a pesar de que había hecho de la victoria sobre la epidemia la base de su legitimidad en el último Congreso del Partido Comunista Chino que le dio un tercer mandato, sinónimo del ejercicio del poder vitalicio.

En unos cuantos días se desmantelaron los confinamientos, las cuarentenas y las campañas de pruebas obligatorias y las fronteras se reabrieron súbitamente. Esta salida improvisada y brutal de la estrategia Cero-COVID llega en invierno y en pleno Año Nuevo Chino, se convierte en una catástrofe sanitaria. Frente a la variante altamente contagiosa de Omicron, los chinos no tienen inmunidad colectiva, vacunas efectivas, ni un sistema de salud eficiente.

Por lo tanto, la epidemia se desata y provocará varios millones de muertes, que las autoridades se han dedicado a ocultar distorsionando las causas de mortalidad y las cifras como señaló la OMS. La epidemia de Covid no solo marca el ejercicio del poder absoluto de Xi Jinping. Pone fin a la carrera de China por el liderazgo mundial, de la mano de los errores inseparables del retorno al maoísmo, lo que podría hacerla aún más peligrosa.

China cierra el ciclo de sus Cuarenta Años Gloriosos y enfrenta problemas estructurales que limitan su poder y dificultan su desarrollo. Su población alcanzó su punto máximo y envejece rápidamente a medida que colapsa la cifra de nacimientos, al mismo tiempo que es superada por la cifra de la India.

El nivel de educación no se ha incrementado, con una duración media de la educación limitada a 9 años y sólo el 6% de la población tiene acceso a la educación superior. El crecimiento de su PIB ha caído bajo Xi Jinping del 9.5% al 3% anual debido al caos de las cadenas de suministros causado por la estrategia de combate al Covid19, la tutela de las empresas privadas por parte del sector estatal -bien ejemplificada por la compra de Alibaba y Ant por las autoridades, el exilio forzado de Jack Ma y la crisis inmobiliaria en su territorio-.

En resumen, China rompió su carrera de desarrollo y se ha encerrado en la trampa de los países de ingresos medios. Previsiblemente, el declive demográfico dificultaría la reorientación hacia el mercado interior; las exportaciones disminuirán debido a las crecientes tensiones geopolíticas alimentadas por la diplomacia bélica de Beijing; el capital, las empresas y los cerebros están abandonando el país masivamente, lo que genera un cocktail impredecible y peligroso.

Al mismo tiempo, la rehabilitación de un marxismo de estricta observancia y el endurecimiento ideológico del régimen con su «big brother» digital, prohíben cualquier reforma en las áreas clave de las empresas estatales, la agricultura, el sistema financiero o el cuidado del ambiente.

El régimen rojo sigue dando miedo, pero ha perdido legitimidad. China, que había surgido adaptándose constantemente, se estancará. Ahora el tiempo está en contra de Beijing y beneficia a los Estados Unidos, cuyo poder se recupera impulsado por el crecimiento de su población, su autonomía energética y alimentaria, el dinamismo de sus sectores tecnológico y de armamento, por el papel del dólar como refugio seguro, su poder financiero y la extraterritorialidad de sus leyes, y su política exterior que activamente cultiva sus alianzas estratégicas en Europa como en Asia.

Como resultado, los riesgos de acciones bélicas son altos, tanto en el Mar del Sur de China como en Taiwán, que es objetivo de nuevos ensayos militares. Taiwán representa la clave que podría permitir a los chinos reanudar su carrera por el liderazgo mundial, por su riqueza (PIB de 829 mil millones de dólares, 35500 per cápita y reservas de divisas de 550 mil millones) y su excelencia tecnológica, particularmente en el sector estratégico de los semiconductores de última generación.

China, que fue crecimiento en la era de la globalización y semillero de estabilidad, se ha convertido en una fuente tensión e incertidumbre. No es Occidente, sino el regreso de Xi Jinping a los principios maoístas lo que le niega el liderazgo global. Esto no excluye la necesidad de que las democracias defiendan la libertad frenando las ambiciones del totalitarismo chino a través de la disuasión militar, la reconquista de la superioridad tecnológica y el fortalecimiento de su resiliencia. Parece claro hacia dónde debemos voltear.