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El Adiós Postrero de Kenzaburo Oé

Amparo Berumen

El pasado día 3 del mes presente, el Premio Nobel de Literatura 1994 Kenzaburo Oé, murió en Tokio, Japón, a los 88 años “por causas naturales” debido a su edad. Con una vasta obra literaria, y profundamente pacifista opuesto siempre al tema nuclear en su país, su partida trae a la memoria la catástrofe provocada por los seísmos de hace casi dos años.

Y si bien los inmedibles daños causados merecieron la solidaridad incuestionable de todos los que habitamos este planeta, no podíamos de ninguna manera dejar de lado algunos hechos contundentes que nos obligan a reflexionar: Japón es un país disciplinado de altos principios éticos y, quizá por estas razones, una de las economías primeras en el mundo. Con una elevada población humana hay que decir, sin embargo, que se distingue también Japón por un desmedido consumo de materias primas y energía por habitante, que rebasan drásticamente la condición–dimensión de su territorio.

Allegarse recursos de toda índole que le signifiquen una utilidad, ha sido para el Japón contemporáneo su modo de vida. Y la generación de energía nuclear, ajena al funcionamiento de la biósfera… Frente a los acontecimientos arriba citados, se extendió en el mundo la certitud de que podría superar el pueblo japonés ese período de oscuridad. Y muchos se han preguntado qué fuerza secreta los ha mantenido siempre en pie de lucha.

Qué fuerza interior impide el vandalismo, la extorsión, los enfrentamientos o cualquiera acto similar tras una catástrofe como la arriba citada. Dicen que llevan dentro el espíritu de Yamato-Damashi, aquel que habla de la supremacía del bien común sobre el egoísmo personal.

Que habla del respeto, de honrar la voz de los ancestros, de unir la fuerza de todos para remontar lo adverso. ¿Ignora algún pueblo sobre la tierra que los más altos valores universales van encaminados al bien común? No olvido aquella entrevista que en 2011 le hizo el periódico El País a Kenzaburo Oé, considerado «una de las conciencias de Japón por su fidelidad a los valores sobre los que ese país se reconstruyó tras la Segunda Guerra Mundial». Al hablar de la situación que se vivió y recordar en paralelo el drama de Hiroshima, se ponen conmovedoramente dos fenómenos sobre la mesa: “la vulnerabilidad de Japón a los seísmos y el riesgo que presenta la energía nuclear”, hechos que demuestran, confirman el peligro de las centrales nucleares.

Y dice el maestro Kenzaburo Oé: «La importante lección que debemos extraer del drama de Hiroshima es la dignidad del hombre, tanto de aquellos y aquellas que murieron al instante como de los supervivientes, afectados en carne propia, y que durante años tuvieron que soportar un sufrimiento extremo que espero haber podido plasmar en algunos de mis escritos.

Los japoneses que conocieron el fuego atómico, no deben plantearse la energía nuclear en función de la productividad industrial, es decir, no deben tratar de extraer de la trágica experiencia de Hiroshima una receta para el crecimiento. Al igual que en el caso de los seísmos, los tsunamis y otras calamidades naturales, hay que grabar la experiencia de Hiroshima en la memoria de la humanidad: es una catástrofe aún más dramática que las naturales porque la provocó el hombre.

Reincidir, dando muestras con las centrales nucleares de la misma incoherencia respecto a la vida humana, es la peor de las traiciones a las víctimas de Hiroshima. «Cuando se produjo la derrota de Japón, yo tenía 10 años. Un año después se promulgó la nueva Constitución y al mismo tiempo se aprobó la ley marco sobre la educación nacional, una especie de reformulación en términos más sencillos de la Ley Fundamental destinada a que los niños la entendieran más fácilmente.

Durante los 10 años que siguieron a la derrota, siempre me pregunté si el pacifismo constitucional, un elemento del cual es la renuncia al recurso a la fuerza, y luego los tres principios antinucleares (no poseer, no fabricar y no utilizar armas atómicas), reflejaban bien los ideales fundamentales del Japón de posguerra (…)

Japón reconstituyó progresivamente una fuerza armada mientras que los acuerdos secretos con Estados Unidos permitieron la introducción de armas atómicas en el archipiélago, vaciando de sentido los tres principios antinucleares oficialmente anunciados. Esto no quiere decir, sin embargo, que no se tuvieran en cuenta los ideales de los hombres de la posguerra. Los japoneses habían conservado el recuerdo de los sufrimientos del conflicto y de los bombardeos nucleares. Los muertos que nos miraban nos obligaban a respetar esos ideales.

El recuerdo de las víctimas de Hiroshima y Nagasaki nos ha impedido relativizar el carácter pernicioso de las armas nucleares en nombre del realismo político. Nos oponemos a ellas. Y al mismo tiempo, aceptamos el rearme de facto y la alianza militar con Estados Unidos. Ahí es donde reside toda la ambigüedad del Japón contemporáneo…» Hasta sus años últimos, Kenzaburo Oé se mantuvo fiel a sus altos ideales y su lucha por la paz.

Al mencionarse en la entrevista el título de uno de sus libros, Dinos cómo Sobrevivir a nuestra Locura, el maestro comenta: «Escribí ese libro cuando había alcanzado la llamada edad de la madurez. Estoy en lo que llaman la tercera edad y estoy escribiendo ‘una última novela’. Si logro sobrevivir a la locura actual, el libro que terminaré empezará con una cita del final de El Infierno de Dante que dice más o menos: «Y después saldremos para volver a ver las estrellas». IN MEMORIAM.