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De páginas y libros

Amparo Berumen

Yo no sé, y acaso nadie sabrá con certitud, desde cuándo el libro es libro. Pudiera decirse que desde el tiempo en que babilonios y asirios grabaron para la posteridad, en losas de arcilla cocida, relatos de acontecimientos importantes que eran conservados en bibliotecas. Pero sin duda el verdadero precursor del libro impreso fue el rollo de papiro con jeroglíficos egipcios, inscritos en dieciocho columnas y escritos unos dos mil quinientos años antes de la era común, para consignar las máximas de Ptah-Hotep, prevaleciendo dicho uso hasta los primeros siglos de nuestra era en su forma habitual: la tira de ese material que era enrollado en torno de una vara.

A medida que el pergamino reemplazaba al papiro, el códice –forma del libro que conocemos llamado así por los romanos– fue adquiriendo gran aceptación en Roma, en época de Marcial…

Después, en la inscripción de los amaneceres, se acreditaron los chinos como primeros productores de papel. Pero al ser guardado con celo el secreto de su fabricación, tuvo que pasar largo tiempo antes de que pudiera elaborarse en Europa donde, sin embargo, el pergamino prolongaría su uso a través de la Edad Media. Fue hasta el siglo XVI cuando el papel adquirió verdadero auge en ese continente, utilizándose trapos de lino y algodón como materia prima para la publicación de libros, proceso de alto costo por su cuidadosa elaboración a mano. No fue sino hasta principios del siglo XIX cuando hizo su arribo la maquinaria para tal propósito, registrándose con gran aquiescencia en 1880 el empleo de pulpa de madera como materia prima en la obtención de papel.

Si bien el arte de imprimir con bloques fue inventado en China a mediados del siglo IX, y los chinos hayan usado tipos movibles desde el siglo XI, no apareció en Europa esta habilidad sino hasta mitad del siglo XV. Durante el amplísimo lapso entre el siglo VI y la invención de la imprenta, los manuscritos soportaron importantes transformaciones, mas no el arreglo de los libros que seguía haciéndose a columna sencilla o a dos columnas, según conviniera.

Entre un manuscrito del siglo XV con los rasgos caligráficos de uso clásico en los libros, y una edición primitiva de la misma obra, impresa en algún taller de la región, no se establecían mayores diferencias debido a que el tipo de imprenta de ese tiempo se ajustaba al que los escribas consideraban adecuado. Todas las especificaciones y en algunos casos hasta las ilustraciones se añadían a mano, siguiendo con fidelidad el estilo del manuscrito que servía como texto de impresión. No se acostumbraba la página titular ni se incluía declaración alguna que informara al lector dónde, cuándo y por quién había sido hecha la impresión, y si llegaba a ofrecerse algún dato, se hacía al final del libro en un breve párrafo que desde entonces los bibliógrafos llamaron colofón. En seguida, casi sin excepción, el impresor agregaba su escudo de armas o el de la ciudad donde se había realizado la impresión o, en último caso, alguna viñeta o motivo dibujado con atingencia y esmero.  

La historia registra que la página titular más antigua que se conoce es la que antecede a una bula del Papa Pío II, impresa en Maguncia por el año de 1463. Y registra libros con innumerables ilustraciones, impresos en Augsburgo allá por 1470. Muchos de estos libros, que empezaron a ser comunes en varios países, se creaban en gran formato, característicamente los de música para los coros cuyo papel era de evidente grosor.

Pero no habrá de negarse que el pequeño tomo del Cantar de Mío Cid, considerado escrito hacia 1140, de setenta y cuatro hojas de pergamino grueso, en el que faltan las páginas iniciales y algunas del interior, es el más antiguo de los monolitos escriturales que se poseen en literatura española, sin que esto quiera decir que no se hayan escrito poemas anteriores cuya existencia puede rastrearse en los juglares, en los romances, o en las leyendas de carácter épico… 

Yo no sé desde cuándo fue pensado el libro. Lo que sí sé y muchos sabrán con certitud, es que en la vertiginosa renovación de los instantes y de las tecnologías, el acto introspectivo de olerlo y hojearlo no podrá ser suplantado…

amparo.gberumen@gmail.com