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Clasificar a los enfermos

Antonio Sánchez González, médico.

El primer día de 2022, André Grimaldi, internista y profesor emérito del Hospital Universitario de La Pitié-Salpêtrière de París, preguntó en un artículo: «¿No debería una persona que reclama la libre elección de no vacunarse asumir en coherencia su libre elección de no ser resucitada?» Sus comentarios han dado lugar a importantes debates entre los médicos del mundo occidental.

Este cuestionamiento conmociona a gran parte de la opinión pública porque hace de una pequeña parte de los ciudadanos de los países en los que se puede acceder a una vacuna una categoría aparte del resto de la población. Sin embargo, este porcentaje de los adultos no vacunados están en su derecho. De hecho, la mayoría de las legislaciones sanitarias del mundo disponen que ningún acto o tratamiento médico podrá realizarse sin el consentimiento libre e informado de la persona y este consentimiento podrá retirarse en cualquier momento.

En oposición a este posicionamiento moral, que diferenciaría entre el bien y el mal, solo de injusto o aceptable de inaceptable, muchos médicos han pedido un enfoque ético de su profesión, dirigido a actuar de acuerdo con su misión. La medicina conlleva, a priori, un objetivo y un valor: la atención que se debe dar al paciente, que debe ser sanado. Antes de comenzar a practicar, los estudiantes de medicina tomamos tradicionalmente el Juramento Hipocrático. Este texto fundacional de la ética médica que algunos hoy consideran anacrónico recuerda los derechos y deberes de los médicos en Occidente. En su forma histórica, este juramento no tiene valor legal, pero aún conserva un significado simbólico y ético. «Respetaré a todas las personas, su autonomía y su voluntad, sin discriminación alguna según su estado o creencias. «, prometemos los médicos cuando recién nos graduamos. Por lo tanto, el médico debe tener cuidado de no detenerse en el supuesto valor moral de la persona que está tratando. No trata a su paciente por lo que vale, debe tratarlo sin importar quién sea. En esto radica la singularidad del arte médico.

Sin embargo, en el caso de la medicina de guerra, como una pandemia, puede surgir la coyuntura de clasificar a los pacientes ante la falta de recursos materiales y humanos. La priorización también es una realidad cotidiana en los servicios de reanimación, en urgencias o para trasplantes de órganos. ¿Qué hacer, entonces, cuando hay una falta de camas en las unidades de cuidados intensivos?

Los médicos observadores del «utilitarismo», que abogan por «la mayor ventura posible para el mayor número», prefieren atender al paciente que tiene la mejor oportunidad de sobrevivir. Si bien esto es una realidad en las unidades de cuidados intensivos en una emergencia, esta lógica sigue siendo peligrosa. Una persona con discapacidad, ancianos o que viven con una comorbilidad podrían ser excluidos de facto del sistema de atención médica.

Todavía de acuerdo con este mismo principio, algunos abogan por elegir a los pacientes de acuerdo con su utilidad social. En un texto publicado en marzo de 2020 en el New England Journal of Medicine, Richterman y sus colaboradores, especialistas en ética propusieron, en el contexto de una pandemia, elegir salvar a un médico en lugar de a un paciente que ejerce cualquier otra profesión.

Finalmente, un último argumento a favor del triaje de pacientes se basa en la responsabilidad individual: así, una persona infectada con Covid porque ha participado en una fiesta que se ha convertido en un foco de contagio o porque no ha sido vacunada no debe ser tratada. Por lo tanto, siguiendo esta misma lógica, también deberíamos dejar de tratar a los fumadores con cáncer de pulmón o a una víctima de un accidente de tráfico que ha consumido drogas o alcohol.

Afortunadamente, desde el inicio de la pandemia, las autoridades han garantizado que los más vulnerables reciban el mismo cuidado; el único criterio de triaje es entonces la capacidad del paciente para resistir el peso del tratamiento con el fin de esperar beneficiarse de ello. De ese modo, el paciente que no ha sido elegido para ingresar a cuidados intensivos también vería fortalecido sus cuidados paliativos y acompañamiento.

Incluso en el caso de la medicina de guerra, se presta atención a todos los soldados. La Convención de Ginebra, firmada en agosto de 1864, afirma el respeto a las víctimas de la guerra, la igualdad de trato para cada bando y la inviolabilidad de los equipos médicos.

Independientemente de la edad o vulnerabilidad de las personas, también existe la necesidad de abrir el debate sobre los dilemas que puede plantear la crisis que genera la insuficiencia de la medicina pública en el mundo. Responder a ellos será necesario para preservar este principio de igualdad, respeto a la dignidad humana y autonomía del paciente.