Navegar / buscar

Carlos Monsiváis y el Ejercicio de la Voz

Amparo Berumen

Carlos Monsiváis murió hace 12 años el 19 de Junio. Con su partida dolió todo aquí dentro. Dolía el despertar, los pasos, los recuerdos. Dolían las palabras y el viento y el teléfono. Se fue Monsi y me dolía el silencio.

En alguna carta o llamada los amigos que me abrazaron en pésame porque lo quise mucho. Así lo quisimos los mexicanos. Mas yo tuve la fortuna de que él me quisiera.

Fortuna de querernos yo celebrando su conversación y su humor socarrón siempre. Él cumplió con el deber social de ser todo en todos. Y su voz parecía venir de todas partes.

Y su voz parecía ir a todas partes porque nada de lo sufrido por los más olvidados le fue ajeno. Escéptico de los poderes, su forma de celebrar el ejercicio de la voz era gozosamente incitadora: nada se ha denunciado o defendido LEGALMENTE con la desmemoria y el ocultamiento…

Sí. Esta inteligencia llamada Carlos Monsiváis analizó muy a su sabor el tema de la política y los políticos. Denunció con singular ironía y concisión las corruptelas y el lapsus en que incurren estos sujetos que se dan por montones en todos los partidos a lo largo y ancho del país.

En ellos también campean, y es obvio, las más inverosímiles anécdotas de que pueda hacer gala la picaresca mexicana.

“Monsiváis fue el documentador de la fecundísima fauna de nuestra imbecilidad nacional” dijo el Maestro Sergio Pitol. Con el sabroso oficio del dulce mirar que citó Góngora, Monsi me llevó a pasear al Centro Histórico de la Ciudad de México. También por el rumbo del tianguis, de las pulquerías, de la comida, del habla popular, del bolero y el danzón, de los ídolos y los personajes mexicanos, de los artistas plásticos, del cómic, de la fotografía, del cine.

“Deslindar al coleccionista de la orgía del gusto privado es absurdo” –decía al hablar de sus colecciones. Comprobémoslo, si no, en el Museo del Estanquillo. Carlos Monsiváis, el que escribía con esa longanimidad siempre ilimitada. El que tenía una LUZ que daba luz a la verdad y nos hacía soñar pequeñas cosas felices; el que formó un eje y llevó a la alianza a muchos en la construcción de la memoria colectiva; el que no imaginó a cuánta gente iba a llegar y a cuántas mentes iba a cambiar.

Un íntimo placer intelectual he vivido a la hora en que apago la luz del buró y en lo oscuro empieza el recuento con el yo interior…

Y un íntimo placer intelectual en 2002 en Tampico, cuando arribamos a una Casa de la Cultura en lleno total y aún mucha gente sin poder entrar, y cientos de manos festivas que aplaudían a su paso.

¡Cuánto he recordado aquella noche espléndida! Al salir del recinto, ya conduciendo el auto le dije al maestro que me encantaba mi oficio de chofer. Él permanecía callado mirándome.

Le pregunté si se sentía feliz y sonrió como ocultando ese mirar de quien se sabe querido. Me siento preocupado y nervioso por tanta gente reunida respondió. Nerviosa yo y muy feliz con usted aquí le dije sonriendo. Y le volví a preguntar si se sentía feliz. Entonces me contestó: “acaban de decirme que existo…”

Me había sentido un poco preocupada, y las noches previas a ésta su primera visita a Café Cultura fueron largas. Los minutos parecían transcurrir sumando para mí, apenas cuatro o cinco horas de sueño en la madrugada.

La aprensión de esos días ante una posible eventualidad en su agenda, se convirtió en fruición cuando lo vi aparecer con una pequeña maleta en el área de recepción del aeropuerto. En trayecto al hotel me preguntó de la política y los partidos en Tamaulipas.

Habló de la primera película, Tampico, y también del Bar Manhattan que en un “inusitado arrebato” visitó después de B. Traven y El Tesoro de la Sierra Madre, llevada a la pantalla grande. Como arrullando el cansancio que sentía tras llegar de Bolivia a la CDMX esa madrugada, y por la mañana volar a Tampico, Monsi empezó a cantar en voz baja.

Lo miré con risilla cómplice, le seguí el tono, e hicimos sin ningún ensayo el mejor dueto. Recordamos fragmentos de nuestras canciones mexicanas, desde Solamente una vez hasta La chancla. Después vinieron algunos versos de En Paz y La Suave Patria…

Cuando él volvió conmigo a Tampico en 2005, invité al entonces Director del Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, mi entrañable Fernando Mier y Terán, a ofrecerle un mensaje de bienvenida a nombre de los tamaulipecos.

Al terminar Monsi su conferencia y las preguntas y las respuestas, sonreía al recordar los mismos aplausos, las mismas sonrisas, las mismas muestras de admiración y cariño de los tamaulipecos. Cuando salimos del salón guie el auto con rumbo a casa, e igual que en su primera visita se instaló cómodamente en la sala y empezó a cantar muy quedo unos boleros. Siempre cantaba.

Le gustaba mucho cantar. Luego fue junto al piano y cantamos todos con él sin acordarnos del reloj ni de nada. Era muy de madrugada cuando nos enfilamos por la Avenida Hidalgo rumbo a su hotel. Temprano por la mañana estuvimos puntuales en el aeropuerto.

La gente lo reconocía y le saludaba con afecto y él sonreía. Me extendió su mano en actitud de despedida.

Me dijo que la cena le había gustado y que regresaba a sus libros y a sus gatos. Yo lo abracé sin pronunciar ninguna palabra… En su cumpleaños y en las navidades le llamaba, y él respondía porque yo tengo su número personal.

Hoy estoy recordando y agradeciendo a la vida el privilegio de su cercanía. Se fue Monsi y me duele el silencio…

En una página de su libro Amor Perdido, vuelvo a leer las palabras que entre una canción y otra me escribió aquella noche junto al piano: “Al chofer más experimentado de este lado del occidente, el agradecido y feliz sobreviviente Carlos Monsiváis 2002”.