Navegar / buscar

Camaleones

Antonio Sánchez González. Médico.

El capitalismo es un camaleón. Su autorregulación y en si mismo mutan bajo el efecto de crisis económicas, revoluciones tecnológicas, conflictos bélicos o epidemias.

Ahora mismo está inmerso en una nueva gran transformación. El ciclo de globalización a destajo que comenzó en 1979 se rompió con la crisis de 2009 que condujo al reequilibrio del poder de los Estados frente a los mercados y al regreso al proteccionismo ha sido barrido definitivamente por la epidemia de Covid-19. Los tiempos del capitalismo de accionistas, la reducción de impuestos y gasto público, el libre comercio y la independencia de los bancos centrales parece que terminó. Es el nuevo advenimiento de la intervención estatal, el incremento de los déficits y las deudas soberanas financiados por la emisión de dinero por parte de los bancos centrales los que se han convertido en auxiliares de las políticas presupuestarias y el aumento de los impuestos.

La recuperación en cada caso es del tamaño de los cambios que se han producido en cada región económica y en cada país, incluso en cada provincia. La mundialización no ha desaparecido, pero está desmoronándose por la regionalización y, sobre todo, por la división en torno a bloques que abrazan la guerra fría que libran China y los Estados Unidos, obligando a cada vez más Estados y empresas a elegir sus bandos -en nuestro caso, no tenemos elección posible-. Las cadenas de valor se están reestructurando, teniendo en cuenta esta división del mundo y para adaptarse a la transición ecológica con la obligación de reducir la huella de carbono a un ritmo forzado y la velada pretensión de evitar la dependencia de China. El trabajo y la organización de las empresas se ven trastocados por la tremenda aceleración de la revolución digital. Para el empresariado mexicano se está dificultando competir en este nuevo entorno ante los gigantescos paquetes de estímulo que se multiplican en el norte de nuestro continente, en Oriente y en Europa.

Estos cambios van acompañados de un nuevo paradigma de política económica, que da prioridad al pleno empleo, crecimiento, la remuneración de los puestos de trabajo y a la mejora de la calidad de los procesos y productos. El fin es romper el estancamiento de la actividad económica p, la disminución de la productividad y el aumento de la desigualdad que ha prevalecido desde principios de siglo en los países desarrollados y que se aceleraron por la epidemia. Además del ejercicio de funciones soberanas y la garantía de vínculos sociales, la mayoría de los Estados han reasegurado durante la pandemia los controles sobre la facturación de las empresas y han tratado de garantizar los ingresos de los hogares. Esto ha dado lugar a una explosión del gasto público, los déficits y las deudas sin precedentes en tiempos de paz, hechos posibles gracias al financiamiento pretendidamente ilimitado de los Estados por parte de los bancos centrales. Como resultado, han aumentado los impuestos, lo que significa que la competencia fiscal entre los Estados miembros ha llegado a su fin, tal y como se consagra en los acuerdos sobre la tributación mínima de las empresas firmados en el seno de la OCDE.

La nueva teoría monetaria pretende proporcionar una base científica para este punto de inflexión al afirmar que el déficit y la deuda públicos pueden aumentarse indefinidamente para lograr el pleno empleo. Sin embargo, los riesgos que implica adoptar esta política económica son muy altos y solo pueden controlarse mediante una estrategia activa para reforzar la innovación y la producción.

La condición para la expansión de la política fiscal y monetaria es la ausencia de inflación. Sin embargo, está de vuelta, en todo el mundo y en México. Por lo tanto, se ciernen dos peligros. El primero ya está presente con la subida de los tipos de interés, en México dado apenas ayer. La segunda, potencial pero formidable, reside en la pérdida de credibilidad de los bancos centrales con la creciente confusión de sus misiones y objetivos y el cuestionamiento de su independencia y, afirmar que las deudas pueden crecer ilimitadamente es una gran ilusión. Todas las grandes crisis del capitalismo fueron precedidas por un repentino crecimiento de la liquidez y el endeudamiento.

El futuro parece depender de condiciones que aún no se cumplen. La suave subida de los tipos de interés para mantener la inflación bajo control y desarmar las burbujas económicas. La reconstitución de la oferta para equilibrar la demanda a través de la eliminación de obstáculos relacionados con la escasez de trabajo a corto plazo. El restablecimiento de la cooperación internacional entre Estados y bancos centrales para gestionar los riesgos globales, ya sean sanitarios, financieros, tecnológicos o climáticos.