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A pagar los platos rotos

Jaime Santoyo Castro

En política, se ha dicho siempre, no hay deudores insolventes ni deudas incobrables. El que la hace la paga, aunque mientras se hace justicia, en muchas ocasiones pagan justos por pecadores.

En ocasiones la sociedad es engañada, ofendida, dañada, por algunos de quienes asumen el mando en los órganos de gobierno, que no sólo incumplen los ofrecimientos hechos en campaña, sino que se sientan plácidamente con la familia, amigos y socios a disfrutar de los privilegios que da el poder, utilizando el discurso, la mentira, la demagogia y la soberbia como medio para transmitir la apariencia de ser buenos y honestos gobernantes, y es tal su deseo de convencer, arropada por sus corifeos, que sólo se convencen a sí mismos. Evaden la realidad y por tanto no se dan cuenta del atraso, la desesperación, las truculencias de sus amigos o familiares, la falta de empleo, la inseguridad, la pérdida de la salud y de la confianza social en las instituciones.

Eso mismo pasa dentro de los partidos políticos, en los que en su mayoría la militancia es utilizada para la talacha con la promesa de apoyarla cuando lleguen los momentos de las candidaturas, y a la mera hora ven cómo se les hace a un lado, para ubicar a los cuates o familiares, aunque estos nunca hayan militado, ni conozcan los documentos básicos, ni tengan vocación de servicio público. Eso llena de desilusión, de malestar y de coraje a la militancia, que no ve la hora en que llegue el día de la elección para cobrarse los agravios recibidos.

Debemos entenderlo así. Quien no tiene esencia en un partido, no tendrá compromiso ni con él ni con la sociedad. Ese partido podrá ganar las elecciones, pero perderá el poder, porque su gente será un estorbo y llamará a incondicionales que le ayuden a que pase el tiempo para irse a disfrutar de lo ganado, y presumir del privilegio de haber sido, aunque no hubiere cumplido, y no se detendrá a pensar que el día de las elecciones la gente se lo cobrará, aunque pague el partido y no el responsable. ¿Si nunca le importó el partido, qué más da?